De nuevo se me suicida un pariente este miércoles pasado, en el poblacho de Alcubillas. Esto de suicidarse ya viene a ser una tradición familiar. Mi madre se suicidó y su hermana también y su padre, mi abuelo. Y la madre de este pariente. Y otros muchos primos por ambos lados de mi familia. Los procedimientos son varios: van desde las pastillas para animales de mi tía Polonia a la precipitación al vacío, el ahorcamiento y el disparo de rifle; eso es a gusto del consumidor, como el estilo de la notita, que suele ser concisa. Y mis parientes no son de los que avisan ni de los que quieren llamar la atención: cuando lo hacen, lo hacen y lo consiguen y no hay segundos intentos que valgan. Se ve que en mi familia no abunda la gente conforme con el mundo y sí por el contrario la gente determinada, voluntariosa y expeditiva.
Uno no es nada suicida y no sólo por puro espíritu de contradicción es reacio a estas tradiciones familiares que podríamos suponer programadas en los genes; bien es cierto que no reniego de cierto pesimismo natural que me viene de casta, pero eso de suicidarse es una lata, no es nada positivo, porque deja a la familia hecha pedazos, si guarda algún afecto por la persona que decide dimitir de este mundo y pasar página. Es muy egoísta para quien se preocupa por los demás; los suicidas podrían al menos donar sus órganos. Tampoco me vale lo de la vejez; los nietos tienen derecho a disfrutar de sus abuelos y ayudarse de ellos y la enfermedad, cierto que es molesta, pero uno puede torearla por medio de un testamento vital o paliar sus dolores con farmacología. Debemos pagar las deudas y ayudar a los deudos hasta cuanto podemos. Suicidarse es un síntoma de pereza, de no querer sobrepasarse o rebasarse. Es más, ¿por qué no suicidarse de simple sobreesfuerzo workaholic o karoshi? ¿De simple exceso vital? La muerte llega después de todo, así que apresurarla es sólo un gesto de impaciencia y de prisa por lograr algo de paz y tranquilidad.
Algo así como unas vacaciones pagadas y eternas en la Nada.
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