lunes, 17 de noviembre de 2008

Noche horrorosa

De insomnio total. Peleándome con la almohada igual que Jacob con el ángel; no he logrado cerrar ni una pestaña, pero he salido vivito y coleando. Los niños ven monstruos en la oscuridad exterior y con el tiempo acaban por verlos en la interior, cuando ya no son niños; la siguiente evolución es la mía, ser los monstruos mismos, personificaciones de corrientes vanas de conciencia sin nada que hacer en la lógica y sus estanterías. Mara, el diosecillo budista del mal, debe andar muy satisfecho por sus mandalas de arena borrosa.

He descubierto una gramática entera muy peculiar, pero algo redondéntrica, la del lingüista Esteban Saporiti. Está aquí, si la queréis consultar, y puede descargarse una versión muy larga en pdf. Curiosa definición la que da de sujeto.

Me escriben Cantero y Carlos; al segundo ya le he contestado exponiéndole mis sospechas sobre quién puede ser el enigmático Lidoro. Ahora intuyo, creo que con fundamento, que puede ser Calixto Hornero de la Resurrección del Señor, el humanista escolapio de Pozuelo tan mal estudiado por el indeclinable, defectivo y semideponente Ludovicus a Cannigrale, pero no las tengo todas conmigo y creo que mis argumentos son demasiado sibilinos hasta que encuentre algo más sólido y documental a lo que acogerme. De momento, puede ser el párroco de Santa María del Prado, Sebastián de Almenara, alguno de los hermanos Estala menos Pedro o bien Pedro Antonio Marcos o su hermano Manuel, amigos del pobre Francisco Sánchez Barbero. Sobre los escolapios habría que leerse los tomazos del maestro de Azorín, el erudito toledano del XIX Carlos Lasalde, al que tengo que calibrar con detalle para el artículo de Calero, pero échales un galgo.

Debo recogerme un poco para no disolverme en especulaciones, conjeturas e intuiciones en los que me pierdo demasiado. Es lo que me pasa cuando la angustia de corregir exámenes me atenaza: de repente se me carga el subsconsciente y me aplasta la vocación literaria, arrolladora, y tengo que ahogarla en la cuna para tener que hacer salir al asqueroso profesor que hay en mí. Semana de corrección de exámenes, purgatorios y qué mal. Me vuelvo insoportable, quisquilloso y, como dice el neologismo, conspiranoico.

¿Voy a tener que perderme Retorno a Brideshead? Qué pena. Sólo por recordar la serie de televisión merecería la pena. Todavía recuerdo el hilarante concierto de violoncelo y la insuperable mariconería entre Anthony Blanche, el osito Aloisius rubio que era Sebastian y el pintor/narrador. Junto con la inolvidable El gran Gatsby y Somerset Maugham son mis favoritos para los felices años 20... Y, claro, P. G. Woodehouse. ¡Cómo escribía el muy cabrón!; ¡eso es humor inglés! Y, por el otro lado, la incurable tristeza de Sombras en Ardbury.

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