viernes, 14 de noviembre de 2008

Un día fatigoso


Hoy he dormido tres horitas. Tenía que poner un examen y dar forma a una edición del teatro de Félix Mejía que presento a la Biblioteca de Autores Manchegos de la Diputacion provincial e imprimirla según los requisitos que exigía. Ya dejé escapar la convocatoria de Oretania, porque tenía el libro sobre historia del periodismo manchego medio hecho cuando se cerró. Maldormido llego al instituto con la hora royéndome los zancajos, doy clase y advierto en el parte que la última hora voy a faltar y que pretendo pasar la hora a la tarde de la semana siguiente. Voy raudo con este otro libro y llego justo a tiempo al Registro, después de haber hecho el canutillo, de ampliar el currículum y de corregir el prólogo compuesto deprisa y corriendo por el procedimiento de actualizar, retocar y ampliar un resumen previo que redacté hace años y tachar con típex las palabras repetidas de mi prosa acelerada. ¡Qué vergüenza! Menos mal que, si es aceptado, podré castigar el estilo y corregir la edición con más tiempo y dejarla más presentable. Del dinero que me den, con permiso de la Lechera, sacaré para pagar la cola del loro que quiere mi hija pequeña para Navidades y el forro y las guardas del libro que necesito de California para apoyar mis argumentos sobre Mejía. Por cierto que he buscado fotos de esa librería en Internet y me he llevado una decepción mayúscula; está en una carretera perdida y más parece un barracón militar, un almacén o una nave industrial que otra cosa. De noche tiene que dar canguelo pasearse por ahí. Tiene su historieja, el libro: no me vale cualquier edición, ni la de 1826, ni la de 1835, ni la de 1842, sino solamente la de Filadelfia de 1825, que leí en el Museo de América hace años y que ahora han extraviado o robado los muy cabrones, porque posee unas notas en los preliminares que no aparecen en las otras. Era el único ejemplar que había en España y he tenido que agenciarme yo otro de Estados Unidos, estando como está el mercado librario, que ya sólo pueden comprar en él los amigos de Onassis.

Por otro lado he contestado el correo electrónico de un lector valenciano de este blog, que está investigando sobre un personaje del siglo XVIII de la provincia de Ciudad Real. Me gustaría que sus esfuerzos llegaran lejos y lográsemos saber algo más de esa importante figura histórica, de la que no diré más, ya que es muy celoso de lo que sabe. A uno le gusta tener amigos, aunque a distancia, es más, lo prefiero así, porque soy tímido. Me pregunta que cómo he hecho la cronología de El Zurriago; se me olvidó decirle que hice una cronología relativa utilizando las alusiones que había en los textos, ya que era un periódico irregular, aunque solía salir una vez por semana y a veces sacaba ejemplares dobles o triples o incluso cuádruples en función del interés de los acontecimientos, por ejemplo cuando estalló la insurrección del 7 de julio de 1822. Los suscriptores pagaban un tanto fijo cada cierto tiempo por cada número de ejemplares de dieciséis páginas a que se había suscrito, salieran cuando salieran. Según una noticia llegó a imprimir 6,000, algo desmesurado en la época, porque cada ejemplar, al contrario que hoy en día, pasaba de mano en mano, y solía tener hasta diez o más lectores, quienes, además, leían en voz en alta.

Mañana, corregir, corregir y corregir cinco cursos nada menos ante la taza de té/café y la calculadora. Lo peor que tiene el ser profesor: el purgatorio de los exámenes, que a veces parece un infierno de no ser porque tiene un final. De mí se dice que hago los exámenes muy largos. Pues voto a Cristo, vive Dios, pardiez y a fe mía que me gustaría que fuesen más cortos. Cuándo aprenderé. Además, se me caen encima los encargos pendientes, a pesar de que tengo ya pergeñado cómo más o menos voy a solucionarlos en una nube tormentosa y tonante de notas de ordenata y papelotes aquí y allí, que me da pánico sólo de preguntar por dónde se anden y se metan.

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