Entresaco este texto de un magistral trabajo de Francisco Aguilar Piñal, "Anverso y reverso del «quijotismo» en el siglo XVIII español":
Francisco de la Justicia y Cárdenas publica El Piscator de Don Quijote (1745) «para satirizar los andantes piscatores». El Padre Isla hace de su Fray Gerundio el Quijote de los predicadores (1758), pero en realidad es él mismo quien se siente Don Quijote, como afirma en carta a su hermana. Por su parte, el periódico madrileño titulado El bufón de la corte (1767) manifiesta su pretensión de ser «un Don Quijote del buen gusto», y otro periódico, El Censor (1785), se proclama a sí mismo «Don Quijote del mundo filosófico, procurando desfacer errores de todo género y enderezar entuertos y sinrazones de toda especie».
Con el látigo de la sátira en la mano, salen también a denunciar defectos sociales, en aras de la mentalidad neoclásica: el sacerdote Donato de Arenzana, con su Don Quijote de la Manchuela (1767) en el que arremete contra los necios que pretenden seguir estudios académicos; Manuel del Pozo, que en su Quijote sainetero (1769) ridiculiza a los malos poetas que sientan plaza de moralizadores; Cadalso, que en Los eruditos a la violeta (1772) critica la falsa erudición; Tomás de Iriarte, quien introduce a Cervantes en Los literatos en cuaresma (1773) con el objeto de censurar las comedias del día, «espejos de disparates, ejemplos de necedades e imágenes de lascivia»; Juan Beltrán y Colón, autor de La acción de gracias a Doña Paludesia (1780), que presenta como obra póstuma del Bachiller Sansón Carrasco, fustiga con violencia la vanidad de los literatos; Alonso Ribero y Larrea, con su Quijote de la Cantabria (1782) insiste en la sátira contra el afán nobiliario; el agustino fray Pedro Centeno hace salir al segundo Quijote, «alias el Escolástico» (1788) bajo el seudónimo de Eugenio Habela Patiño, para demoler la obsoleta filosofía escolástica; Moratín, en La derrota de los pedantes (1789) toma por modelo el Viaje del Parnaso para satirizar a los malos poetas; finalmente, Cándido María Trigueros (continuador de La Galatea) da vida al Quijote de los teatros (1802) para enderezar los vicios de la escena. Novela, pues, digna de imitación para los ilustrados, que sólo ven en el género novelesco su utilidad como sátira de costumbres.
También el teatro del XVIII ofrece algunos casos de obras inspiradas en la novela cervantina. Tal es el caso de El Alcides de la Mancha y famoso Don Quijote (1750) de Rafael Bustos Molina; Las bodas de Camacho (1784) de Meléndez Valdés; El amor hace milagros (1784) de Pedro Benito Gómez Labrador; El Rutzvandscadt o Quijote trágico (1785) de José Pisón y Vargas; las Aventuras de Don Quijote y religión andantesca, manuscrito anónimo, sin fecha, sobre el pasaje de Lucinda y Dorotea.
Jacinto María Delgado escribió en 1786 Adiciones a la historia del ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha, en que se prosiguen los sucesos ocurridos a su escudero, el famoso Sancho Panza, escritas en arábigo por Cide Hamete Benengeli, y traducidas al castellano con las memorias de la vida de éste. Después aparece en Madrid otro libro: La moral del más famoso escudero Sancho Panza, con arreglo a la historia que del más hidalgo manchego Don Quixote de la Mancha escribió Cide Hamete Benengeli. Su autor, Pedro Gatell, que años antes había dado a luz otro libro titulado La moral de Don Quixote (1789). El inédito Viage de Roberto Montgolfier al País de los Antípodas de la Nueva Zelanda. Fábula instructiva que tiene por objeto el destierro del Quijotismo. Esta curiosa novela «utópica», con la que el autor, Ramón Bonifaz y Quintano, «intenta imitar a Cervantes», fue rechazada por la censura de la Real Academia de la Historia en 1786 y creo que el original se ha perdido.
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