viernes, 24 de julio de 2009

La felicidad

Para obtener la llave de la felicidad es preciso tener un modelo, como en el chiste de Mafalda. ¿Alguien ha sido feliz? ¿Lo fue el mismo Cristo? ¿El califa de Al-Ándalus que decía que lo había sido doce días, y no seguidos? ¿O habrá que decir lo que Albert Camus, "los hombres mueren y no son felices"? No sé; la felicidad parece algo momentáneo, no permanente. Los griegos creían posible la felicidad en la vida y no fuera de ella. Los cristianos al revés. Creo que es más fácil definir la felicidad por la negación: no es esto, ni esto, ni lo de más allá. Lo que queda es la felicidad, aunque al fin nos quede siempre el problema de la temporalidad: que es momentánea, no constante. Ese es el problema radical: la felicidad es posible, pero con referencia a la tristeza. No es posible concebir una felicidad, una plenitud que tenga sentido sin haber conocido la tristeza. Tiene así sentido el sacrificio de Cristo y el de cualquiera. Tiene sentido incluso el de Hércules en la encrucijada. Tiene sentido hasta lo que dice el Capitán en El fantasma y la señora Muir. Creo que empiezo a comprender, al fin, después de tantos años, el sentido que tiene cualquier religión, tan simple que no se puede ver: una mera apuesta, como la de Pascal. Si todo es indecidible, todo tiene solamente el sentido que queramos darle, el sentido que le da un impulso. Ese impulso del que habla Passolini en Calderón.

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