sábado, 2 de enero de 2010

Borges

Como tantos otros españoles, he leído con avaricia a Borges; me atrevía con Ficciones ya a los doce años, sin entenderlo demasiado, pero maravillado por su forma de escribir, en una edición del Círculo de lectores. Luego fueron cayendo en mis manos El aleph y todas sus demás obras; lo leí íntegramente. A través suyo me llegó el verso libre de Whitman, el deseo de precisar y acuñar cada frase, la maravilla de una decantada y profunda cultura. No en vano fue bibliotecario: toda su obra es catálogo de admiraciones, desconciertos y (vanos) intentos de compostura. Él mismo no se tuvo por autor, sino como un gran lector. Bloom lo consideraba uno de los apóstoles del caos del siglo XX, junto a Beckett, Kafka y alguno que otro más; algo de eso hay. Cuando escribía, buscaba siempre la palabra más común, la expresión más general, queriendo indicar sin embargo lo más concreto: eso, y otros sabios ajustes y malicias de su prosa, lo hacen un gran escritor. Me deslumbran algunos de sus versos más citados, pero también otros que no se citan:

Nadie pierde (repites vanamente)
sino lo que no tiene y no ha tenido
nunca, pero no basta ser valiente
para aprender el arte del olvido:
un símbolo, una rosa te desgarra
y te puede matar una guitarra.

Y también:

Ya no seré feliz. Tal vez no importa.

O

Dame, Señor, coraje y alegría
para escalar la cumbre de este día.

O

Sobre la sombra que yo soy gravita
la carga del pasado: es infinita.

Y aquel que tanto le gustaba repetir:

Sólo una cosa no hay: es el olvido.

y ese gran soneto, en que aparecen ecos del otro tan famoso de Blanco White:

Entra la luz y asciendo torpemente
de los sueños al sueño compartido
y las cosas recobran su debido
y esperado lugar y en el presente
converge abrumador y vasto el vago
ayer: las seculares migraciones
del pájaro y del hombre, las legiones
que el hierro destrozó, Roma y Cartago.
Vuelve también la cotidiana historia:
mi voz, mi rostro, mi temor, mi suerte.
¡Ah, si aquel otro despertar, la muerte,
me deparara un tiempo sin memoria
de mi nombre y de todo lo que he sido!
¡Ah, si en esa mañana hubiera olvido!

Y el soneto a una brújula, etc., etc. etc.

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