sábado, 16 de enero de 2010

Cárceles

Me encantaría que encerrar a la gente en esa especie de escuelas de la eso que son las cárceles sirviera para algo y no para que, como decía Poincaré, "entren cerdos y salgan salchichas": refina y redoma a los criminales inexpertos, que como si fuesen universidades del crimen, salen provistos de un título, llenos de nuevas ideas criminales, con todo tipo de relaciones para ingresar en mafias y bandas y, el que menos, con un cursillo de perfeccionamiento. Masifica, deshumaniza, degrada y aliena a individuos que tienen que pagar por sus culpas, pero que merecerían alguna oportunidad para regenerarse cuando son más consecuencia de los actos de otros que de los suyos propios. Casi todos terminan emperrados en la droga o empeñados hasta las cejas con los padrinos del interior. El violador se pervierte más y aprende a no dejar víctimas, eso si no sale lleno de mala uva por haber sido contagiado con el sida o sodomizado por algún graciosillo; el asesino aprende a defenderse de sus colegas de oficio y el ladrón nuevas técnicas, eso si no terminan sabiendo más derecho penal tortuoso que cualquiera de los picapleitos que salen de universidades menos eficientes y con menos prácticas. Fuera de las palizas y de las torturas que se autoinfligen entre sí, los presos merecerían por lo menos que les hicieran un estudio psicológico y que un antropólogo les designase un itinerario de reforma que les diese alguna esperanza y no un rencor suplementario para volverse más criminales aún.

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