lunes, 4 de enero de 2010

Don Draper, en Mad Men


"Nacemos solos y morimos solos; la sociedad nos pone un montón de reglas para que no nos lo creamos, pero yo no lo olvido; vivo como si no hubiera un mañana... porque no lo hay"

Mad Men es una serie de TV que no es al uso, pero no sólo por eso cabe prestarle atención; en cada uno de sus episodios no ocurre nada y a la vez ocurre mucho, porque la acción es interior: es una serie donde lo que importa es el desarrollo de los personajes y las concepciones del mundo que se rozan, chocan o se desentienden. Y todo está muy bien delimitado en cuanto a atmósferas y a caracteres, en torno a uno de los grandes temas de nuestro tiempo, la publicidad, y el capitalismo y la alienación que corteja. El antihéroe Draper ("¿quién es Don Draper? Nadie ha levantado esa piedra; podría ser Batman y no saberlo") traza un círculo en torno a la idea glamourosa que se ha hecho de sí mismo y de su entorno y se esfuerza en que nada la desvirtúe, ni siquiera el amor fraternal de una familia miserable y pobre en la que se crió como un huérfano, un Huckleberry Finn que se escapó y ahora es un Tom Sawyer. El sueño, la hipocresía americana, en fin, que encubre bajo el éxito material un enorme, un formidable nihilismo, que escapa por las manos que tiemblan de Betty, la esposa perfecta de un catálogo de joyería, o por los infartos y libertinajes de Sterling, o por los pies descalzos de Cooper, o por las ansias de trepa de Pete Campbell. El creador de la serie es Matthew Weiner, que engendró también Los Soprano; es uno de los que hay que seguir, como también a Mark Witten, el hermano del creador de la teoría M, nada menos, que se dedica a la tv. La serie empieza en 1962, el año que nací yo, en una América tirunfalista, devorada por Ayn Rand y al borde de la bomba de hidrógeno, mientras advienen la máquina electrónica de escribir, la fotocopiadora, el tomavistas y la tv en blanco y negro. Don Draper es una oquedad, un vacío: crea publicidad, burbujas de palabras, pero oculta a todos su pasado, su vacío, que es esa cosa que no olvida y que nunca muestra, y que provoca la manipuladora (pero también cómoda) piedad de la "barbie" Betty, antigua modelo, cuando se entera de su adulterio: él nunca ha tenido una familia, y se pregunta "¿quién está ahí?" cuando lo observa rendido, durmiendo en la cama. Un sueño muy americano, por demás, lleno de tormentos interiores pero impecablemente, deslumbrantemente vestido por fuera. Resulta así que todos manipulan a todos, y la función de estos muñecos vacíos consiste en aparentar fachada para guardar las apariencias, evadirse del vacío y calmarse con un sexo impersonal y guardar lo que tienen. Don Draper pues, resulta ser otro de los monstruos nihilistas de esta época desalmada, al lado de Gregory House, Dexter Morgan (inolvidable la cuarta temporada que está por empezar, pero puede disfrutarse ya por internet) y Aníbal Lécter
. No se la pierdan, en Internet o en TV de color. Aquí hay una buena crítica de la misma.

Y, ahora que se ha suprimido la publicidad del primer y segundo canal, el gobierno ya no tiene rival para manipular con la institucional, la suya, en los telediarios

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