En un lugar de Toulouse, asediado por la policía francesa, hay un asesino de niños. Es fácil saber por qué ha cometido acto tan reprobable: porque el asesino es musulmán yihadista argelino y ha visto cómo otro asesino, estadounidense, es llevado a su patria tras haber asesinado a una docena larga de niños musulmanes en Afganistán. Claro está, eso no se ha dicho, aunque se dirá... con sordina. Lo único que hizo el imitador es exigir y tomarse la debida retribución.
Si no se perdonase a la manera cristiana, el ojo por ojo terminaría por hacer a todo el mundo ciego. Esa es la superioridad de la moral cristiana sobre la judaica y la islámica, morales que se fundan en la justicia y no en la compasión. Pero quizá estén ellos en lo cierto y tengamos que quedarnos ciegos todos antes de considerar la imposible posibilidad de perdonarnos unos a otros. Quizá tengamos que sacrificarnos como se sacrificó un judío hace más de dos mil años.
Las creencias son hermosas hasta que se convierten en pasiones que obnubilan el entendimiento. Pasiones como el nacionalismo, cuando no hay bandera más hermosa que la blanca o que ninguna; pasiones como la etnia, cuando no hay otra especie que la humana; pasiones como la religión o la ideología, cuando no hay más religión ni ideología que ayudar a los demás a no sucumbir ante la estupidez, simplicidad que no gustará a los teóricos que gustan de complicarlo todo. Pero no sé si esto que escribo ayudará a alguien a ser menos estúpido. Bastante me cuesta ya a mí.
Porque este individuo llevaba una cámara para documentar su hazaña o divulgarla por Internet. Es decir, es un asesino que quiere predicar la moral del ojo por ojo. Es un imitador sin ideas originales, y, acaso, un psicópata paranoide como hay tantos, sin la menor conciencia autocrítica, megalómano, que quiere salir por la tele.
Un político, o sea.
«Si no se perdonase a la manera cristiana, el ojo por ojo terminaría por hacer a todo el mundo ciego. Esa es la superioridad de la moral cristiana sobre la judaica y la islámica, morales que se fundan en la justicia y no en la compasión». No quiero enmendar la observación —que a tenor de las doctrinas de referencia puede ser rigurosa— ni completar el dictamen —que por sí solo es bastante explícito—; me bastará con insinuar otra posibilidad, según la cual, la moral cristiana es una sofisticación perversa de la judaica. Sofisticación porque el perdón se exhibe como lujo, excrecencia o aditamento exclusivo de quien ocupa la posición de dominio en una relación de poder, de manera que perdona el que puede condenar o a sí mismo se atribuye esa potestad; perversión porque predicar la desactivación de una ofensa sin una reparación e incluso poniendo la otra mejilla es algo que nada tiene de loable, a no ser que por tal se considere aquello que viola, precisamente, el sentimiento más elemental de la dignidad de lo propio. Y si para condimentar la teoría buscáramos su praxis en la historia, veríamos que el cristianismo tiene una tendencia bastante pronunciada a identificar el perdón con la ejecución, la compasión con la sumisión y la piedad con la inmensa codicia de los bienes ajenos... Quizá, puesto que todas las almas son iguales ante Dios o igualmente esclavas ante sus delegados, a los cristianos les cuesta tanto discernir entre individualidades, y sin duda resulta muy significativo que rara vez les perjudique el ejercicio de la clemencia: igualados todos en el mundo como una grey de pecadores, puede que la misericordia, en sentido canónico, deba empezar por uno mismo... y, a partir de ese momento, apenas conserve fuerzas para pasar de ahí. ¿Estaremos ante otro misterio transubstanciado? Lo ignoro, seguir pensando es demasiado complicado para los 39º de fiebre que marca mi termómetro... Amén de su infinita bondad, los caminos del Señor son inescrutables.
ResponderEliminarÁngel, no es nada personal.
Gracias por darme volumen.