ODA A DON PEDRO ESTALA.
(Juan Pablo Forner)
Damón: ya su carrera
dilata Febo y en alegres días
al campo halaga su esplendor risueño;
el encogido ceño
huyó del tardo hielo en las sombrías
regiones del Trion, do persevera
el lento paso del nevado enero
y, avaro, el sol se niega a su hemisfero.
Claveles derramando
y alhelíes y rosas en distinta
copia, el mayo gentil, por el Oriente,
con sonrosada frente,
y mano docta que los prados pinta,
festivo ya y ufano, va asomando:
risueño escapa el arroyuelo al río
y susurra frondoso el bosque umbrío.
Ya la cítara anima
Batilo, y a su voz, en vago vuelo,
mil avecillas corren que, traviesas
saltando en las espesas
ramas, le siguen dulces. Brota el suelo
mullida grama en abundancia opima
donde, sentado el simple pastorcillo,
canta las penas de su amor sencillo.
Al soplo impetüoso
del soberbio Aquilón, no brama hinchado
ni azota el mar de Cádiz su alto muro:
ya con timón seguro
la riqueza de Oriente en leño osado
cruza sin miedo el piélago espumoso,
y restituye el gozo a su semblante
e1 avaro temor del mercadante.
Ríe naturaleza
con floreciente vida en cuanto abraza
el ancho cerco de su esfera pura.
De su varia hermosura
cuando pace o festivo se solaza
goza del bruto la feliz rudeza,
goza dichosa el ámbar de sus flores
y el ardiente matiz de sus colores.
Goza el reír sonoro
del bullicioso céfiro, y derrama
la vista por el diáfano horizonte.
Allá le ofrece el monte
poblada cumbre que a la roja llama
del Sol brilla bordada en grana y oro;
y el líquido cristal que entre sus peñas
mana y baja saltando por las breñas
acá en verde llanura
solitaria floresta, cuya pompa
mancha de sombras el luciente suelo.
Allí mora del cielo
la soberana paz, sin que interrumpa
su celestial sosiego la amargura
con que, afanado en turbulencia impía,
se aflige el ciudadano noche y día.
¡Qué ingrato con los dones,
Damón, del cielo a sus recreos puros
trueca el mortal el gozo de sus vicios!
Livianos desperdicios
de su malicia son, vanos o impuros
cuantos, preso entre miseras pasiones,
gusta placeres el enjambre urbano
consigo mismo y con su bien tirano.
La luz del nuevo día
le llama, no a mirar del alba hermosa
la rosada venida por oriente.
La sombra al occidente
su manto encoge y huye presurosa,
y las obras de Dios con gallardía
van ostentando su esplandor diverso
en la vaga región del universo.
De ellas no cuidadoso
corre a engolfarse en inquietudes locas
a que le instiga el interés malvado.
En tropel obstinado
suenan las calles, como en altas rocas
sordo murmura el ábrego rabioso,
y, aguijada del ansia, turba inquieta
se derrama al afán que la sujeta.
Al templo turbulento
de Temis parte acude; infeliz parte
que el fraude anima o el error desnuda;
con máscara de duda
la discordia feroz allí reparte
mortífera ponzoña en largo aliento,
y luchan por el hálito inhumano
padre con hijo, hermano con hermano;
parte al palacio vuela,
y el agudo temor vuela con ellos
compañero molesto de sus gustos:
celos, envidias, sustos
abrigan anchos los salones bellos,
y la ambición, asida a la cautela,
monstruos cría de hipócritas semblantes
abatidos a un tiempo y arrogantes.
Síguelos a la mesa
después de tal delicia, y de la gula
verás hazañas en voraz estrago:
cómo en espeso lago
cadáveres el vientre en sí acumula,
donde es del gusto acreditada empresa
rendir el juicio en bacanal beleño
y cercenar la vida en largo sueño.
Al ocaso declina
la luz, y de ella solo en cristal breve
usa torpe casada en ocio vano:
el adorno liviano
del largo día la carrera embebe,
adultera la tez, el talle afina
para que inspire en las sobrantes horas
la mentida beldad ansias traidoras.
¿Qué debe a las ciudades,
Damón, la alta virtud? ¿Qué la inocencia?
¿Qué el honesto candor de limpios pechos?
Debajo de sus techos
fraudulenta o pomposa, la insolencia
hierve pródigamente en vanidades
y con ellas se goza, cual su pena
templa el cautivo al son de su cadena.
¡Huye del cautiverio
y entrega al desahogo deleitoso
del vario campo la oprimida mente!
En él nada se miente:
si te agrada la pompa, en el frondoso
bosque te abisma, y del divino imperio
adorarás la natural grandeza,
sin que a miedo te obligue, ni a vileza.
Si las delicias amas
de espectáculo bello, con deleites
te brinda el prado de verdad hermosa:
la violeta, la rosa
no brillan, no, con pérfidos afeites.
No liba, no, de sus lucientes ramas
sucios barnices la dorada abeja,
ni miente fresca edad la planta vieja.
Allí nunca oprimido
de la envidia serás, porque te es dado
crecer la gloria de tu patria un día.
No en bárbara, no en fría
lisonja el don celeste profanado
de orgulloso desdén dure ofendido:
el cielo escuche tu sonora lira,
que él conoce el valor de lo que inspira.
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