Se podría hacer toda una teoría sobre el uso del criptónimo. Ya existe un irregular Diccionario de seudónimos, lleno de errores y donde se deja notar por su ausencia, también, alguna teoría sobre la máscara literaria que desborde la mera clasificación alfabética; una taxonomía más inteligente empezaría por alacenar por temas, modos y épocas todo este vestuario de taparrabos y carátulas o este repertorio de fantasmas, ya que muchos de ellos no han sido descifrados; ocupan un cajonero apéndice al final. Los hay de tipo carnavalesco: el abate Paparrasolla, el Diablo Belcebú, El bachiller descuernacabras, Mangasverdes, El duende, El Embozado, Don Rosendo Camisón, El loco Dimas Palos; los puramente anónimos, como El Otro o Don Sentido Común; los poéticos, como Soledad Montes; los meramente curiosos como El Mirón o El espectador imparcial, o pornográficos, como el Padre Melacasques, autor de un Catecismo de las putas publicado en 1886, o Un Pajero, autor de un Arte de tocarse la pera brotado en Nápoles; otros se decantan por señalar su oficio o su grado social: Un ingeniero, Un labrador asturiano, Un eclesiástico amante de su patria, El anticuario, El cómico retirado, El caballero del Tranco, autor del Discurso de la viuda de veinte y cuatro maridos, sin lugar, sin año; las simbólicas denominaciones masónicas, como Giordano Bruno o John Huss; muchos encubren un chiste, como El abate Agamenón; otros afectan modestia o la más pura anonimia, como N. de N. , Un aficionado, Modesto Madrileño, Un amigo o El huérfano, frente a los que invisten lo contrario, el más puro delirio de grandezas: Lincoln, Homero, Aristóteles; muchos denotan origen o nacionalidad: Un español, Fidel de España, Un caballero vizcaíno, Un catalán amante de su país, Un buen catalán, Un labrador asturiano, Un cortesano de Madrid, Juan de Gredos; son comunes las denominaciones de pájaros, por la proximidad semántica que existe con el campo de la pluma: Don Gorrión de Oropéndolas, Dr. Pardales; a otros les asoman las ideas desde el mismo nombre, como a Don Negrófilo Concienzudo, autor de Cuba y Puerto Rico: medios de conservar estas dos Antillas en su estado de esplendor, Madrid, 1866; muchos forman series sobre seudónimos preexistentes, como El Doctor... El bachiller... El dómine... El abate... El tío... El compadre... El literato/filósofo Rancio; están, por supuesto, los silabónimos omo Efeele y acrónimos, como HH, que tiene también una lectura masónica (las columnas), o anagramas, a veces palindrómicos, como León de Enol, o calamburiles, como en Gedeón (G. de On.) o Dr. K. Melo, y los anglónimos, cuyo fin parece ser autorizar algunos géneros narrativos o cinematográficos por motivos comerciales. Hay una especial categoría de redundantes, como Justo Franco Sincero, Juancho Juanillo, Lázaro Lazarillo o Francisco Francho, que no es lo que parece, pues intenta satirizar la galomanía del XVIII y fue usado en 1748; los abstractos, como Democracia o Libertad; los piadosos, como Un devoto de la Virgen; los de personajes literarios, como Mío Cid, Ozmín (Felipe IV tenía una perrita que se llamaba Daraja; una profesora de historia mía otra que se llamaba Melibea; un primo mío dos pastores alemanes denominados Hirosima y Nagasaki), El caballero de la ardiente espada, los calderonianos Clarín o Pedro Crespo, el moratinesco Calamocha, el ya citado Lázaro etcétera; los popularizantes, como Juan de la Burra, El compadre Camarones, El tío Ocurrencias; El tío Lucas el Pelón, poeta alcornoqueno, El tío Lamprea, El ciudadano Cachaza; opuestos a estos son los helenizantes o neoclásicos, como Demócrito, Homero, Aristóteles, Lidoro, El capitán Flegetonte... Otros son, en realidad, nombres verdaderos interpretados falsamente como acrónimos: el doctor Carlos García, Boixcar o Jaime Doms (en realidad, Jaime d'Oms)...
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