lunes, 17 de diciembre de 2007

Cátedras y otras zarandajas

Discurso de un profe desgreñado (con voz de pito):
Uno quisiera ser catedrático de chicha y nabo, más que nada para pagar facturas y llenar los agujeros de fin de mes; en mi casa pasamos bastante frío (la hipoteca, la mala instalación de los eléctricos, los intereses de Europa y la nómina de Barreda nos han dejado helados); yo he tenido que dejar de comprarme libros y chucherías y tengo que andar zarrapastroso todos los días y con unos talones gastados (de zapatos, se entiende, aunque también), a riesgo de torcerme algún tobillo y partirme la crisma en algún bordillo ingeniosamente preparado por el concejal de urbanismo, al que le pagan por matar viejas, ciegos y niños con obras presurosas, aparatosas y mal señalizadas siempre que hay elecciones. Llevamos nuestra miseria con buen humor, porque nos queremos mucho y nos distraemos estudiando al calor de una pobre bombilla y riéndonos mi suegra y yo de las tonterías que ponen en la tele: telediarios, películas americanas... Cuando voy fuera de la provincia, invitado por alguna universidad, me llaman catedrático, y yo me pregunto por qué, aunque doctor sí soy, publicaciones tengo, libros he escrito, premios he ganado, cursos he hecho, departamentos he dirigido, revistas he publicado, webs he construido, artículos he realizado, dirijo listas de correo para profesores de mi asignatura, redacto blogs, preparo materiales, veinte años he enseñado, mis alumnos han aprobado selectividad con buena nota; pero no soy catedrático, ya veis. Cosa de los baremos, cosa de mi mujer, a la que le dio por tener un cáncer de mama en esas fechas, cosa mía, que me dio por tener apnea y distimia y mudarme de casa por entonces, cosa de los mediocres que me evaluaron que se han cubierto de... gloria, al puntuar mucho más bajo a todos los opositores que el otro grupo, y del que dicen pestes generales gente bastante más entendida que yo en esas mierdas; cierto que al menos a cuatro los tendría que evaluar yo, pues saber no han demostrado saber gran cosa, ni de palabra ni por escrito, y cosa del pimiento que me importa la cosa, al fin y al cabo accesoria y desprestigiada, si no fuera por las hipotecas, los agujeros a fin de mes etcétera. En fin, con su mierda se lo coman y allá se lo hayan, ya que se sorprenden mucho por ahí afuera de que no sea catedrático y yo les tengo que explicar que uno nunca es catedrático en su tierra, como tampoco Jesusito de mi vida lo era en la suya. En fin, seguramente nunca caerá esa breva, porque uno no puede esperar eternamente, y menos de los manchegos (había tres conciudadanos conocidos míos en el tribunal, y se supone que le conocían a uno al menos de vista, ya que leer, no habrán leído mis libros, ni mucho menos mi memoria, tan larga como corta es la paciencia de la gilipollas que se limitó a pasar las hojas sin leerla; prefieren dar cátedras al que más guapo les parece, e incluso a algún o alguna lameculos, chupamindas o catarriberas de su propio instituto), sino lanzadas y las cosas que decía y hacía el inmortal héroe del Quijote, el bachiller Sansón Carrasco. Las cátedras son para mí como las calabazas que se transforman en calesas. Yo podría vender una calesa o carroza para tapar agujeros, que en esta vida el saber y los libros poco valen, hijo, y más vale tener padrinos y amiguetes y negocios del ladrillo y opus que libros y gana de estudiar. Las cátedras de economía creo que se vendían a diez mil euros, pero eso son rumores, claro... ¡Ay, Jesús!

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