¡Menuda tortura! Los profanos podrán pensar que al creador le cuesta trabajo su oficio, pero lo que les atormenta no es el acto en sí mismo de escribir, sino el de dejar de escribir, el acto de dejar incompleta su alma cada vez que levantan el bolígrafo del papel y andar rumiando como un zombi por toda la creación aplastados por un pedrusco en la cabeza o comidos por un perro insaciable, como bien sabía Cervantes. El escritor es como una embarazada que no termina nunca de gestar ni de parir. Sólo la creación alivia ese sufrimiento, que no debe envidiar nadie, porque tiene la condición de lo que es verdaderamente penoso y desagradable.
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