Mi cerebro no es el que era; en realidad, nunca lo ha sido, porque el olvido lo reconfigura continuamente; no digo el conocimiento ni mucho menos la voluntad, porque no sé muy bien qué sean, si es que son algo y no el noúmeno kantiano que creía Schopenhauer, guiado a tientas por una cierta programación genética. La voluntad o conciencia sobrevuela como un alto pájaro sobre la geografía más o menos intrincada de las memorias, los sentimientos y los conceptos, pero no los elabora; realmente los elabora el olvido, una erosión indiscriminada que arrastra granos de cuarzo inútil al lado de las más brillantes pepitas de oro hacia el absoluto mar de la indiferencia, esa muerte a cuyo delta disgregatorio llegaremos todos por fin.
Digo que mi cerebro no es el que era, pero hubo un tiempo en que era más que lo que ahora es; es el tiempo de la juventud, donde el pájaro volaba a menor altura y podía visualizar menos borrosas las pasiones, los recuerdos y las ideas, con suficiente consistencia como para poder agarrarse; nada puedo agarrar ahora, y las ideas me huyen tan fugitivas que no me molesto en ir tras ellas, porque ya no me importan nada. Tamaña indiferencia a veces me asusta, pero puede combatirse con la lectura, que asienta el orden desperdigado de la imaginación en un soporte que uno puede asumir.
El carácter curativo que posee la lectura para la inteligencia y para la soledad, cerrando las llagas de la estupidez y del amor, resulta en estos tiempos subversivo; no se pueden comprar libros que importen, como los del abate Faria; más bien sucedáneos unidimensionales que carecen de todo bulto o contorno humano; son todos recetas, bien de cocina, de conducta o de cuerpo, solamente, pero un libro es un hombre, es todas esas cosas y ninguna de ellas por separado; supongo que mucha gente es una lata, como lo son muchos libros, pero los libros siempre están ahí y nunca mienten, como los buenos padres; por eso son mejores que esos sucedáneos que nos venden por lectura las mafias habituales de la literatura, transformada en un negocio para gente vulgar por los mercaderes o más bien por la mentalidad de los mercaderes.
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