Sin ser una parida, ha salido de madre por esas calles una biografía del folclórico de fuera Tino Casal, quien, a más de en el Cantar de los cantares, parece haber pintado algo en el mundo del arte. Desde luego, tomaba su cuerpo por materia prima: esos trajes de muro agrietado por el que trepan lagartos, esos pendientes de pirata maricón, esos pelos de perillán en éxtasis eléctrico, esos guantes con uñas, esos gritos de gato castrado... Desde luego, tenía algunas ideas curiosas, como decorar de negro el cuarto de baño... Habría que apuntar con cuidado y andarse a tientas, que puede uno encontrarse con sorpresas desagradables. Tenía un constante sentido del humor; a su Pánico en el Edén le llamaba Pánico en la sartén; a Gabinete Caligari, Gabinete cagalera, y así.
Esta gente con tanto quid divinum da su vale la pena a la vida, No se pueden comparar a, por ejemplo, la Hermandad de Cabezones, unos hijos de la tierra cuyo encanto es poco mayor que el de un botijo, con su blusa, su boina de tornillo, sus pantalones de pana, su palo de apacentar ovejas y su mordida bucólica paja de centeno en la boca. Hay que conceder, empero, que, en los tiempos que corren, hace falta más valor para llevar una boina que para ir de Tino Casal.
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