domingo, 13 de abril de 2008

La integración y los que se hacen excesivas ilusiones

Durante 898 años, esto es, entre 711 y 1609, fecha de la expulsión de los últimos islamistas de España, intentamos integrar a los moriscos. No fue posible. Durante más tiempo todavía (hay evidencias de que estaban por aquí al menos en el siglo II después de Cristo), a los judíos. Con estos hubo un poco más de éxito, creo. Los españoles no hemos sido especialmente racistas, y prueba de ello es el mestizaje que hubo en Hispanoamérica, cuantitativamente superior al que hubo entre anglosajones, indios y negros. Creo, porque igual es una de esas "ideas recibidas" que se han implantado en mi educación por medio de libros de texto, televisión y educación franquista. Habría que evaluar el porcentaje de población indígena y realizar una tediosa evaluación estadística. Con esto de creer siempre he tenido problemas y sigo teniendo.

Hubo intentos de síntesis cultural, pero siempre fueron reprimidos como herejías por católicos e islamistas radicales y fundamentalistas. Por ejemplo, el adopcionismo de Elipando, en Toledo, que llegó a una especie de compromiso entre musulmanes y cristianos. Los genes, sin embargo, no mienten: nos dicen que parte de nuestra sangre es islámica y judía. Pero hemos perdido no tanto los genes como esas tradiciones totalitarias islámica o judía, tan totalitarias, por cierto, como la cristiana. Lo mismo ocurrirá, pero a la inversa, en las tradiciones mayoritariamente musulmanas o judías. La tolerancia y el compromiso acaba siempre con sangre derramada. Los totalitarios la toman por provocación, y la matan. Les pone muy nerviosos. Y, sin embargo, ahí están los genes, que no mienten: somos híbridos de sangre. ¿Por qué no puede haber híbridos culturales?

Creo que la raíz del problema está en la enorme distancia que hay entre el derecho público y el privado. Entre las leyes de casa y las leyes de la calle. Los juristas (del derecho romano, no de la sharia) se dieron cuenta de la enorme distancia que hay entre lo público y lo privado. Hay cosas que se pueden hacer en público que no se pueden hacer en lo privado, e inversamente, hay cosas que se hacen en privado que no se pueden hacer en lo público. Las creencias están en el ámbito privado, pero tienen proyección pública. Y es aquí cuando vienen los problemas, porque de ahí surgen las iglesias como setas y sus fundamentalistas cabreados. Como hay popperianas sociedades abiertas lashay también cerradas, y sus reflejas cosmovisiones abiertas y cerradas. Asimilar una cosmovisión abierta por parte de una cerrada obliga a ésta a una especie de strip-tease que no le va en nada. Inversamente, asimilar una cosmovisión cerrada por parte de una abierta es algo tan sofocante como un burka y tan mortal como un hashishin para la segunda. No se trata tanto de climas exteriores como interiores, espirituales, de sistemas de creencias. Pero las creencias tienen práctica, consecuencias éticas, y ahí es donde se monta el follón bajo una ley que tiene que ser la misma para todos, y no una sharia, como también en la historia de las religiones y de las identidades nacionales, que nutre esas paranoias fronterizas de contrabando espiritual. Parece una tontada, pero no lo es.


Parte de los heterogéneos no quieren ser asimilados. Con esta barrera es imposible luchar. El derecho público no puede entrar en el derecho privado, como no puede en las conciencias. Pero la escuela pública presiona. Quiere crear una franja de población desideologizada que sirva de contención a los enfrentamientos étnicos y culturales y que sea masa moldeable por la gran ideología de nuestro tiempo, el consumo. ¿No provocará, sin embargo, enfrentamientos este intento de que no los haya, este intento de aproximar dos polos que se repelen, porque tienen el mismo signo negativo de su carácter totalitario y excluyente? Pero el dinero o su carencia es una poderosa mediación para transformar la desintegración en integración y viceversa; de hecho el dinero es lo que ha traído a la emigración; el dinero es lo que en cualquier cultura se considera una vida mejor, aunque no ultraterrena; consecuentemente, la integración requiere dinero, y eso es algo que el estado español, en su nivel de miseria económica y aún diría que moral, es todavía incapaz de satisfacer a niveles como, por ejemplo, el educativo. Mientras haya éxito económico no habrá enfrentamiento étnico (veremos ahora con la crisis que se dibuja en el panorama) porque los hashishin no buscarán las huríes del Profeta en el otro mundo. Los frutos de la integración no podrán verse sino tras siglos de paciencia y afrontamiento (no afrentamiento ni enfrentamiento): Sudáfrica, Estados Unidos, India. Los intentos de expulsar a poblaciones o desubicarlas siempre han empobrecido las culturas y las economías, por no hablar de exterminios en masa.

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