Para que vuelva a ponerse de pie el Ángel Caído ha de ponerse primero de rodillas, pero eso nunca lo hará, porque entonces no sería el Ángel caído. No puede renegar de su identidad, que es lo más íntimo que posee: no puede dejar de ser él mismo. Non serviam, no serviré. No pedirá perdón. Ese es el máximo pecado de la soberbia, la subjetividad absoluta, la falta integral de empatía, de amor. Esa es la absoluta desesperación, la falta completa de humildad. Y ese es el pecado del Romanticismo y su máxima virtud, también.
Yo me río que da gusto de mi propia angustia, angor, Angora, ank, ansada, angosto, Ankara… muchas palabras, muchos idiomas, pero sólo una raíz para designar la estrechez, unas veces geográfica, otras veces la de un vaso sanguíneo del corazón poco a poco arrancado por un exceso de tensión arterial, que terminará por desenchufarme la aorta con una explosión; si se trata de la estrechez que oprime, no de la económica, sino de la psicológica, pero aunque una conduzca a la otra, la designaremos con menos identidad etimológica con el nombre de estrés, vocablo inglés que significa corriente. Mas la corriente que yo sufro más es eléctrica que acuática, por más que aunque ahogue igual e igual te haga bracear inútil y espasmódicamente, como bajo los poco morales molares de un tiranosaurio rey.
Divago… ¿y por qué no puede divagar un escritor? Puedes reprimir la fantasía todo lo que quieras, pero te estallará en la cara, al igual que la aorta, cuando menos te lo esperes, en tus sueños, en tus momentos de distracción, incluso en tus mismas enfermedades con el nombre de delirio, de poesía, de divagación… de arte acaso. Divago. No quiero consuelos a mi muerte, sino que me dejen tan en paz, es decir, tan muerto, como me han dejado siempre aquellos que me han podido hacer la vida más fecunda. Yo tampoco iré a sus entierros; que ellos no vengan al mío. Lo único que dejaré es un rastro de letra impresa, un hilillo de prosa, que tiraréis a la basura con los demás recuerdos de los hombres que he traído del pasado: Juan Calderón, Félix Mejía, Fernando Camborda, Carlos de Praves, Antonio García Vao y tantos otros. Yo sí recuerdo; vosotros, olvidadme; me queda el consuelo de que ya costará más trabajo olvidar a estos hombres que otros han intentado olvidar. "Al final / las obras quedan, / las gentes se van. / Otros que vienen / las continuarán... / ¡La vida sigue igual! '', Julio Iglesias dixit.
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