miércoles, 14 de mayo de 2008

Fauna escolar



Los chicos no son una fauna, sino un paisaje humano; pero muchos que no son buenos se portan como estereotipos satíricos y resulta fácil clasificarlos; la mayoría son el fruto de veinte años de Televisión Española, dejadez paterno maternal e incultura hereditaria:

El heavy o jevipollas: desciende de los hermanos Macana en su troncomóvil y como ellos toca el tam tam en las cabezas. Su única aspiración es hacer ruido tocando el tambor con las manos o con los bolígrafos en el pupitre, incluso con los pies, como si condujese una inexistente motocicleta de larga y diarreica pedorreta, que es su sueño y amor. Es fanático del reagetton y de la música ininteligible y sin letra, vulgo bakalao, que sólo consiste en "bom, bom, bom". En su boca hay siempre un chicle masticado a compás. De vez en cuando mira el reloj para ajustar el ritmo. En los recreos lleva un ipod o el ipod más bien le lleva a él. Su cabeza está completamente vacía y las cosas no le entran por los oídos, porque está lleno de ruido. Su ídolo es Manolo el del bombo, quien, además, es de Ciudad Real, y su máxima aspiración, tocar la zambomba en Nochebuena, ganar una carrera de sacos y ser Pandorgo mayor. Como otros pajarracos, se alimenta de chuches y palomitas.
El/la niñat@ de mantequilla, siempre protesta por todo, siempre tiene que mear, menstruar, lavarse las manos, levantarse, abrir la ventana, quejarse de calor, quejarse de frío, quejarse a secas, protestar, cambiar notitas, contar chismes, reír tontamente, darle al móvil, arreglarse el moño o el pelo, jugar con los lápices, pintar monos (en el pupitre o en el cuaderno, límpido de no hacer nada), provocar al compañer@, preparar el fin de semana, cantar la última canción para idiotas, hablar, hacerse la sorda, buscar novio, quitárselo a las demás, molestar a sus compañeros, incordiar al profesor o salirse del tema. Es un abejorro que sólo sabe zumbar, un zángano con el pulgar muy desarrollado de tanto darle a la play. Se la distingue fácilmente porque siempre tiene la mochila delante, encima de la mesa, sin abrirla, y/o se sienta de lado o al revés para hablar más cómodamente. Es pija de nacimiento y no tiene cura. Las cosas le entran en la cabeza por un lado, pero le vuelven a salir por el otro sin provocar eco.
El talibán. Criatura específica que se cría en la ESO y en el sistema educativo español. Su nombre procede de "un tal Iván", de siniestra memoria, conocido por sus padres como Iván Planas. No tiene una sola virtud y es un completo revienta clases, sin que falte nada a este modelo perfecto de terrorista escolar. Las cosas no le entran en la cabeza, porque está a miles de kilómetros de distancia de allí, en un desértico lugar llamado Babia.
El Bin Laden. Es una subclase menos nociva de talibán. Le gusta lanzar cosas con intención destructiva. Pueden ser avioncitos de papel, si es muy clásico, o bien pelotas, lo que hace casi inevitable el chiste grosero y fácil "te voy a dejar sin pelotas", "ya estás otra vez cogiéndote las pelotas" o "qué, ¿haciendo pelotillas?". Pueden ser también tizas, borradores o munición pesada. A veces se ayuda con canutillos de bolígrafo o gomitas. Las cosas no le entran en la cabeza porque ignora la gramática con que se compone su idioma, no lo entiende.

El amorfo: no trabaja, no quiere trabajar, no deja trabajar. Es una masa sin forma ni identidad, sin deseos ni aspiraciones, que no hay por donde coger. Imita su entorno como el camaleón, pero sólo copia lo que es fácil de imitar: el ruido, el desorden, la estupidez. Así, se entretiene mirando a las musarañas y hablando de fútbol. Su única actividad es robar oxígeno del aire, prolongar y calentar la silla y servir de comparsa a los graciosillos de la clase, de quienes es apéndice y eco. Las cosas no le entran en la cabeza porque lleva una escafandra de ignorancia y prejuicios puesta desde su casa tan dura que ni siquiera un bazooka la lograría cascar. Su máxima aspiración es ocupar el lugar de su sitio, como las estatuas, aunque las palomas se caguen sobre él. Su agresividad consiste en negarse siempre a trabajar o a hacer cualquier cosa, en poner peros, en retrasar las cosas, en poner cadenas a cualquier manifestación de entusiasmo. Aunque suele ser pasivo y no activo, es el más perjudicial en conjunto porque es el más abundante y, así, en una clase en la que hay bastantes es imposible poder explicar porque hablan demasiado y no se callan. Son siempre la rémora, la dificultad insoslayable, el entendimiento impenetrable, la burricie misma, o simplemente repetidores.

El graciosillo. Es un descarado que se hace el listo y el chuleta, miente más que habla, manipula a los amorfos y con frecuencia se ríe de ellos sin darse cuenta de que pertenece a la misma familia. Se deprime si se le llama soso, porque tiene la autoestima tan baja que necesita burlarse de sí mismo para no ser él mismo, tanto se autodesprecia. Suelen venir de familias desestructuradas y frecuentemente son pijos, como reacción narcisista a su complejo de inferioridad.


El maligno. Es muy escaso, pero el más peligroso. Es vago y astuto, incluso a veces inteligente, pero absolutamente falto de voluntad y empatía. No tiene sentimientos, pero los simula muy bien cuando le conviene y sabe manipular los de los demás. Estudia metódicamente los puntos flacos de los profesores y, cuando está seguro de salir impune, ataca, tira la piedra y esconde la mano. Negativo, manipula a los demás, en especial a los amorfos, pero también a los otros. Con frecuencia monta una mafia con malignos o graciosillos de otras clases y cursos, con los que intercambia información en los recreos o a través del chat. Sus tentáculos se extienden hasta más allá del instituto. El profesor sin experiencia suele tardar en localizarlo, pero al final, siempre, da con él.

El jeta. De su alta aristocracia jamás dudar se pudo. Pijoter@ y bitong@, se hace el chuleta y no tiene otro dios que su vientre; es narcisista y adora y besa su ombligo, cuando no lo muestra orgulloso si es ente femenino. Es un ser redundante, dos veces él o más, encantado de haberse conocido; ignora la duda; no comprende que "lo" suspendan, porque ÉL "se" aprueba todo lo que hace; ignora la realidad cuando no le conviene y el esfuerzo no está hecho para ÉL, sino para los demás que no pertenecen a su alta estirpe; acaso lo más llega a creer que hay una conspiracion universal contra su persona formada por malévolos profesores cuyo indigno contubernio desprecia, ya que aspira a arruinar su dorado sueño de vivir perpetuamente inmerso en una piscina idílica y sustentarse de sus padres hasta que pueda sustentarse de sus nietos en una maravillosa jubilación anticipada en las Bahamas, pagada por el estado y los impuestos de los demás. Algunos que no son malos estudiantes terminan por hacerse profesores.
Todos estos, claro está son prototipos, pero en la realidad pueden darse mezclados en diversa proporción, aunque siempre hay uno de estos más o menos dominante. Cada uno tiene su versión opuesta en buen alumno; pero este es un bien escaso, como lo son todos los bienes. El buen alumno puede ser listo o tontillo, pero siempre le distingue la nobleza, la honradez y el trabajo. El mal alumno suele pertenecer más bien a la clase media, la de los que no son ni inteligentes ni tontos, sino que no tienen claro lo que son, y los suele curar, al menos en parte, la madurez y los encontronazos con la jodida realidad del yunque o del martillo. De todos ellos, la única cantera peligrosa es la del maligno, que se alimenta de personas con tendencias sociopáticas.

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