PALINODIA DE LEOPARDI AL MARQUÉS GINO CAPPONI
Traducción de Marcelino Menéndez Pelayo (1883)
Erré, cándido Gino, largo tiempo, y grandemente erré. Mísera y vana juzgué la vida; insulsa más que todas esta presente edad. Intolerable fue y pareció mi lengua a la dichosa prole mortal, si es que mortal se puede llamar el hombre. Entre desdén y asombro, del Edén odorífero en que habita, rio la alta progenie afortunada y me llamó infeliz, y de placeres incapaz o inexperto, pues mi hado juzgué común, y de mi mal consorte al humano linaje. Al fin mis ojos hirió la diaria luz de las gacetas, entre el humo volátil del cigarro y el ruido de crujientes pastelillos, entre el rumor de sacudidas tazas y blandidas cucharas, ante el grito ordenador de helados y bebidas cual voz de mando.
Y confesé humillado la pública alegría y las dulzuras del destino mortal noble y excelso; y vi el valor de las terrenas cosas, y toda flores la carrera humana, las obras estupendas, las virtudes, alto saber, estudios y prudencia de nuestro siglo. De la Osa al Nilo, del Catay a Marruecos, y de Goa a Boston, vi correr reinos, ducados e imperios, anhelantes tras las huellas de la felicidad y asirla casi por los flotantes rizos, o a los menos por la cola del manto. Y esto viendo y meditando las profundas hojas, del grave antiguo error que me cegaba y aun de mí mismo yo tuve vergüenza.
Áureo siglo, Marqués, hilan ahora los husos de las Parcas. Todo diario en varias lenguas y columnas varias, de todas partes lo promete al mundo.
Universal amor, ferradas vías, vapor, tipos, comercio y aun el cólera, los más lejanos pueblos y naciones en lazo estrecharán; ni maravilla será que suden leche las encinas y miel los robles, o danzando giren a los sones de un vals. Tanto ha crecido el poder de retortas y alambiques y máquinas del cielo emuladoras, y tanto crecerá, volando siempre de progreso en progreso, sin medida, de Cam, de Sem y de Jafet la prole.
No cual un día comerá bellotas si el hambre no la obliga; el duro hierro no depondrá. Con pólizas de cambio satisfecha tal vez, la plata y oro despreciará la generosa estirpe; mas no de sangre de los suyos nunca su mano ha de lavar; antes cubierta será de estragos, con la vieja Europa, del Atlántico mar la otra ribera, fresca nodriza de sin par cultura; y en campo lidiarán fraternas huestes por pimienta o aromas o canela o por el jugo de melosa caña, o alguna otra razón, práctica y útil.
Y valor y virtud, y fe y modestia, y amor a la justicia, escarnecidos y de toda república arrojados como siempre serán; que es su destino estar siempre debajo. Torpe fraude y audacia impune elevarán su frente, nacidas a reinar. De imperio y fuerza, ya unidas en un haz, ya separadas, abusará quienquiera que los rija; no importa el nombre. Que esta ley grabaron Hado y Natura en tablas de diamante, y no la borrarán con sus centellas Volta ni Davy, ni Inglaterra toda con las máquinas suyas, ni en un Ganges de políticas hojas nuestro siglo ha de anegarla.
Siempre el vil en fiesta, siempre el bueno en tristeza; conjurado el mundo todo contra excelsas almas; del verdadero honor perseguidoras calumnia, odio y envidia; de los fuertes despojo el débil, de los ricos siervo el ayuno mendigo, en toda forma de público gobierno, cerca o lejos del polo o de la eclíptica, y por siempre, si al humano linaje esta morada o la lumbre del sol no se nos niega.
Estas leves reliquias, estos rastros de la pasada edad, fuerza es que impresos lleve la que ora surge edad del oro, porque de mil discordes elementos tejida está la condición humana, y a ponerlos en paz nunca bastaron fuerza ni entendimiento de los hombres, desque nació su generosa raza; ni bastarán, aunque potentes sean, en nuestra edad periódicos y pactos.
Pero en cosas más graves será entera nuestra felicidad nunca soñada. O de lana o de seda los vestidos han de ser más galanos cada día; dejará el labrador los rudos paños por cubrir de algodón su piel hirsuta, de castor su cabeza. Y apacibles a la vista, mil cómodos sillones, mesas y canapés, lechos, tapetes, adornarán con su mensual belleza todo aposento. De manjares formas nuevas admirará, calderas nuevas, la humeante cocina. Y rapidísimo de París a Calais, de Calais a Londres y de aquí a Liverpool, será el camino, por no decir el vuelo...
Iluminadas mejor que ora lo están, mas no seguras, serán de las ciudades populosas las más ocultas y torcidas calles. Tales dulzuras, tan dichosa suerte a la naciente prole se aperciben.
¡Feliz aquél que mientras esto escribo llora en los brazos de la fiel niñera! Él ha de ver el suspirado día en que aprendan los niños con la leche de la cara nodriza, cuánto peso de sal, cuánto de carne, cuánta harina consume en cada mes la patria aldea, y cuántos de nacidos y de muertos anualmente consigna en su registro el anciano prior; cuando por obra del potente vapor, en un segundo impresas a millones, llano y monte y aun de los mares la extensión inmensa, cual bandada de grullas que se abate sobre ancho campo, y obscurece el día, cubrirán las gacetas, vida y alma del universo, y de saber en ésta y en la futura edad única fuente.
Como un infante, con asiduo anhelo fabrica de cartones y de hojas ya un templo, ya una torre, ya un palacio, y apenas le ha acabado, le derriba, porque las mismas hojas y cartones para nueva labor son necesarias; así Natura con las obras suyas, aunque de alto artificio y admirables, aún no las ve perfectas, las deshace, y los diversos trozos aprovecha.
Y en vano a preservarse de tal juego, cuya eterna razón le está velada, corre el mortal, y mil ingenios crea con docta mano; que a despecho suyo, la natura cruel, muchacho invicto, su capricho realiza, y sin descanso destruyendo y formando se divierte.
De aquí varia, infinita, una familia de males incurables y de penas, al mísero mortal persigue y rinde; una fuerza implacable, destructora, desque nació le oprime dentro y fuera y le cansa y fatiga infatigada, hasta que él cae en la contienda ruda por la impía madre opreso y enlazado.
¡Del estado mortal miseria extrema! ¡Vejez y muerte que comienzan cuando el labio infante el tierno seno oprime que la vida destila! Ni enmendarlos podrá, por sabio y por feliz que sea, el siglo nonodécimo, ni cuantas vengan tras él edades sucesivas.
Mas, si lícito me es la verdad neta por su nombre decir, sólo infelice será todo nacido, en cualquier tiempo, no en la vida civil, en toda vida, por esencia insanable y ley eterna que cielo y tierra abraza.
Pero nuevo y divino remedio imaginaron de nuestra edad los ínclitos talentos, pues no pudiendo hacer feliz a nadie, se dieron a buscar, dejando al hombre, una común felicidad, e hicieron de muchos tristes un alegre pueblo, todo paz y ventura. Y tal portento, en folletos, revistas y gacetas, no declarado aún, asombra al mundo.
¡Oh mente sobrehumana, oh agudeza del siglo que ora corre! ¡Y qué seguro filosofar, y qué sapiencia, amigo, en más sublime asunto y remontado enseña nuestra edad a las futuras!
¿No ves con qué constancia hoy escarnece lo que ayer adoró, y el ara abate para juntar mañana sus pedazos y venerarlos entre humeante incienso? ¡Oh cuánta fe y estimación merece el concorde sentir de nuestro siglo... o el del año corriente!... ¡Y qué trabajo es comparar nuestro sentir y ciencia con el del año actual y el del que viene, porque ni un punto discrepemos todos! ¡Cuánto en filosofar adelantamos
si al moderno se opone el tiempo antiguo!
Uno de tus amigos, y maestro no sólo en poesía, mas en todas artes y ciencias, de la humana mente árbitro enmendador, me aconsejaba:
«No cantes tus afectos y dedica esa viril edad a los severos estudios económicos. Atiende al público gobierno. ¿El propio pecho qué te vale explorar? Materia al canto no busques en ti mismo. Las grandezas de nuestro siglo di; di su esperanza que madurando va.»
¡Recto consejo, que yo escuchaba con solemne risa, al resonar en mi profano oído
ese cómico nombre de esperanza!
Mas ora vuelvo atrás y la carrera contraria emprendo, persuadido al cabo que quien anhele gloria y busque fama, al propio siglo contrastar no debe, sino adular y obedecer: ¡por corta y fácil vía llegaré a los astros!
De tan alta ventura deseoso materia no darán al canto mío de la presente edad los intereses.
Ya sabrán mercaderes y oficinas cuidar de ellos mejor. Mas la esperanza he de decir, que ya visible prenda nos conceden los dioses; ya de larga felicidad principio, ostenta el labio y el rostro del garzón enorme pelo.
¡Oh luz primera, saludable signo de la famosa edad que se levanta, mira cómo se alegran tierra y cielo delante a ti; cómo fulgura el rostro de la doncella, y en convites vuela la gloria ya de los barbados héroes!
¡Crece, crece a la patria, oh masculina moderna prole! A tu velluda sombra Italia crecerá, crecerá Europa de las fauces del Tajo al Helesponto, y el mundo al fin reposará seguro.
¡Y tú comienza a saludar con risa a los híspidos padres, prole infante, para los áureos días elegida! Ni te asuste el negrear de su semblante. ¡Sonríe, oh tierna prole; a ti guardado de tanto y tanto hablar espera el fruto! Mira el gozo reinar, ciudades, villas, vejez y juventud al par contentas y las barbas ondear largas dos palmos.
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