Como definía Antonio Gala, la poesía es algo que no tiene forma y adopta la del recipiente que la contiene, como los líquidos. Hay situaciones que tienen poesía, como hay textos, películas, músicas y personas que la poseen o son poseídas por ella, y otras que no. Algo parecido pero más matizado piensan Bergamín y Ángel Crespo. Entre las poesías que pueden encontrarse en las palabras, yo creo que los que somos más o menos poetas nos hemos encontrado fundamentalmente dos, como bien se ha sabido ver desde Bécquer hasta hoy; una es la que yo llamo diamantina: es deslumbrante, asombra; es una sensación casi física de belleza; yo la he sentido, por ejemplo, en Juan Ramón Jiménez; pero no deja huella permanente en el espíritu, más allá de ese instante de fantasmagoría; es demasiado autónoma y por eso es inhumana; otra, sin embargo, es la que podría llamarse transmutatoria: después de haberte encontrado con ella, eres diferente, distinto: te transforma, te descubres como nuevo, recién nacido a otra realidad mucho más amplia; el asombro que provoca es mucho mayor, permanente y enriquecedor. Es una poesía que remueve lo más hondo del espíritu, que transforma algo en el interior de uno mismo. Esa es la que a mí me implica. La sentí por primera vez en el Prometeo de Goethe , cuando lo leí en la edición bilingüe de Abiada, y la he sentido próxima en las Elegías duinesas de Rilke. Ese poder liberador, que cura y sana el espíritu haciéndote nacer otra vez, volviéndolo metamorfosis pura a la manera de Crespo, es para mí el valor fundamental de la palabra poética
sábado, 14 de junio de 2008
Clases (las hay) de poesía
Como definía Antonio Gala, la poesía es algo que no tiene forma y adopta la del recipiente que la contiene, como los líquidos. Hay situaciones que tienen poesía, como hay textos, películas, músicas y personas que la poseen o son poseídas por ella, y otras que no. Algo parecido pero más matizado piensan Bergamín y Ángel Crespo. Entre las poesías que pueden encontrarse en las palabras, yo creo que los que somos más o menos poetas nos hemos encontrado fundamentalmente dos, como bien se ha sabido ver desde Bécquer hasta hoy; una es la que yo llamo diamantina: es deslumbrante, asombra; es una sensación casi física de belleza; yo la he sentido, por ejemplo, en Juan Ramón Jiménez; pero no deja huella permanente en el espíritu, más allá de ese instante de fantasmagoría; es demasiado autónoma y por eso es inhumana; otra, sin embargo, es la que podría llamarse transmutatoria: después de haberte encontrado con ella, eres diferente, distinto: te transforma, te descubres como nuevo, recién nacido a otra realidad mucho más amplia; el asombro que provoca es mucho mayor, permanente y enriquecedor. Es una poesía que remueve lo más hondo del espíritu, que transforma algo en el interior de uno mismo. Esa es la que a mí me implica. La sentí por primera vez en el Prometeo de Goethe , cuando lo leí en la edición bilingüe de Abiada, y la he sentido próxima en las Elegías duinesas de Rilke. Ese poder liberador, que cura y sana el espíritu haciéndote nacer otra vez, volviéndolo metamorfosis pura a la manera de Crespo, es para mí el valor fundamental de la palabra poética
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