Me maravillan las cosas tan necias que voy descubriendo de esta necia ciudad. Por ejemplo, la cuestión de las piscinas públicas. Hay varias, una a cada extremo de la ciudad. Los pijos se van a la del polideportivo Príncipe Juan Carlos, porque la otra está, como ellos dicen, "en el barrio de los gitanos"; pero el caso es que la pisci del polideportivo Príncipe Juan Carlos está llena de gitanos, porque los gitanos, por su peculiar forma de ser, ya que de siempre se han considerado y se consideran una aristocracia, no van a piscinas consideradas "de gitanos"; resultado, que los listillos se van a la piscina de los gitanos y se refrescan solitos, tranquilos y con poca gente.
No tengo nada contra los gitanos; son como todos: los hay buenos y los hay malos; han sido perseguidos por la historia, pero su cultura, que no es escrita, como la judía, es aristocrática: descienden de una casta guerrera hindú derrotada por los musulmanes, y por eso son muy suyos: ese sistema de castas es muy racista: son racistas, y hasta que no superen esa especie de orgullo aristocrático que poseen no podrán integrarse en la sociedad, porque ese orgullo es precisamente un deseo de no integración. No han tenido la suerte de tener una cultura común o una escritura, como los judíos, pero el evangelismo protestante ha hecho mucho por ellos: todos conocemos al admirable pastor cuya hija fue asesinada por un payo desalmado y degenerado; todos conocemos a Peret y algunos hemos leído Lavengro y La Biblia en España, de George Borrow; la verdad, prefiero a un gitano a un genuino y payo gilipollas castellano de clase media; por lo menos a un gitano lo veo venir, si no es un Farruquito a mil por hora.
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