miércoles, 23 de julio de 2008

Archivos e investigadores

La índole del investigador exige a veces una diplomacia infinita y la condición del fantasma o del camaleón para poder infiltrarse a través de las ciclópeas paredes de los archivos y consultar infiernillos y documentos transpapelados, y para pasar desapercibido ante las manías de los numerosos ángeles custodios con espada de fuego que quieren evitar como sea que alguien se entremeta en sus papeles. También ha de ser una cobra para seducir a los remisos dueños de documentos y archivos privados, enemistados por espinosas cuestiones de familia, odios africanos y ancestrales cuestiones de herencias y pleitos por títulos nobiliarios, por no hablar de lo difícil que es "pillar" a algunos ilustres personajes cuyo permiso necesitas para echar un vistazo a sus documentos y que andan de acá para allá por todas las partes del mundo, cazando en un coto, visitando una exposición en París, jugando en Las Vegas, comiendo sushi en Tokio o follándose a la scort de turno... Todavía me acuerdo de lo fino que tuve que hilar para poder sacar una copia del manuscrito de Carlos de Praves, persuadiendo por vía telefónica a una ministra de cultura, y no veas lo que estoy teniendo que sudar para conseguir otra en otro archivo, el de los Barreda Treviño que, para más inri, está al lado de mi casa, valiéndome de intercesiones de profesores universitarios, amistades indirectas, tíos, primos y hermanos. ¡Increíble! Pero es inútil: les pillas en mentiras, les demuestras que su actitud es absurda: no te dejan, solo para patear el culo a otro que se figuran que es el tuyo.

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