domingo, 19 de octubre de 2008
Mark Strand
Nunca olvidaré lo importante que fue para mi formación poética la antología Nuevas voces de Norteamérica, donde hallé algunas voces que me impresionaron, como la de Mark Strand, tan desconocido aquí. Mucha de su obra ha repercutido sin duda en la de Auster. Recuerdo cuando leí en un instituto La historia de nuestras vidas, y el silencio tan impresionante que acompañó ese poema, sin duda grandioso. Acabo de leer un ensayito de Mario Jurado sobre él y he visto ampliadas mis noticias sobre este autor, que sigue escribiendo y todavía está vivo. Este es un poema suyo:
EL VATICINIO
ESA noche la luna flotaba en el estanque,
cambiando sus aguas por leche,
bajo las ramas de los árboles, los azules árboles,
una joven caminaba, y en un momento
le ocurrió su futuro:
lluvia cayendo en la tumba de su esposo, lluvia
cayendo en el prado de sus hijos, llenando
su boca de aire helado. Extraños mudándose a su casa,
un hombre en su cuarto escribiendo un poema, la luna flotando en el poema,
una mujer paseando bajo sus árboles, pensando en la muerte
pensando en él, pensando en ella, y el viento subiendo
y llevándose la luna y dejando el papel oscuro.
El final
Mientras zarpa la nave y observa el muelle
ningún hombre conoce la canción que cantará al final
ni lo que pasará cuando esté atrapado, inmóvil, entre los rugidos
del océano sin posibilidad o esperanza de retorno, allá al final.
Cuando no haya más tiempo para podar las rosas
o acariciar el gato y el crepúsculo que enciende el césped
y la luna llena que lo refresca no existan,
ningún hombre sabrá cómo reemplazarlos.
Cuando el peso del pasado se apoye en la nada
y el firmamento sea apenas una luz en el recuerdo
y las historias de cirros y cúmulos lleguen a su término
y las aves permanezcan suspendidas en su vuelo,
ningún hombre sabe lo que le espera, o la canción que cantará
cuando la nave donde viaja entre a lo oscuro, allá al final.
Lo que era
Era imposible imaginar, imposibleno imaginar, lo azul de aquello, la sombra que arrojaba, su caer, su llenar lo oscuro con el frío de sí mismo, lo helado de aquello desprendiéndose de sí mismo, de cualquier idea de sí mismo descrita en su caída; un algo de minucia un punto, una mancha, una mancha dentro de una mancha, una hondura sin fin de lo minúsculo; una canción, pero menos que una canción, algo ahogándose algo que va, algo que va, una marea alta de sonido, pero menos iba que un sonido, su duración, su vacío, el tierno y pequeño vacío de aquello de llenar su propio eco, su caer y su alzar inadvertido, su caer otra vez y de tal forma siempre y siempre por causa, y sólo por causa, una vez ocurrido, era...
Era el asomo de una silla. Era el sofá gris, eran los muros,
el jardín, el camino de grava, la maneraen que la luz de luna caía sobre el pelo.
Era eso y más. Era el viento que se ajabaentre los árboles, era un escándalo y confusión de nubes, una marea salpicada de estrellas.
Era la hora que parecía decirque si sabías en realidad que tiempo era, no volveríasA pedir otra vez ninguna cosa. Era aquello. Era ciertamente aquello.
También era lo que nunca ocurrió; un momento tan lleno
que cuando se fue, como debía ser, ninguna pena fue tan grandepara contenerlo.
Era el cuarto que permanecía inalteradotras tantos años.
Era aquello. Era el sombrero
Que ella olvidó llevar, el lápiz que dejó en la mesa.
Era el sol en mi mano. Era el calor del sol. Era la manera
En que me senté, la manera en que esperé por horas, por días, era eso, solo eso.
Una mañana
La he llevado conmigo cada día: aquella mañana
en que saqué la barca de mi tío de la caleta oscura
con rumbo a Mother Island.
Pequeñas olas salpicaban el casco
y el crujido hueco del remo y el escálamo se alzaba
sobre bosques de pino negro encostrados de liquen.
Me deslicé como una estrella oscura, a la deriva sobre la otra
mitad hundida del mundo, hasta que, inducido por algo lejano,
miré por encima de la borda y vi bajo la superficie
una estancia luminosa, una tumba iluminada, vi por primera vez
el único sitio claro que nos es dado cuando estamos solos.
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