martes, 21 de octubre de 2008
Nació y no supo. Respondió y no ha hablado.
Es un verso de Aleixandre que me ronda constantemente por la imaginación desde que lo leí hace años. No sé por qué. Tiene la calidad de lo definitivo, la enorme y astronómica distancia de una indiferencia sublime: habla alguien tan muerto como Dios, describiendo con el aspecto verbal todo lo que es la vida humana: el breve fulgor de un ascua de tenue consciencia en la noche eterna de la materia. Desolador. Un breve momento de efervescencia, de fiebre química, de negentropía, que finalmente se apaga y difumina para siempre.
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