Decía el manchego adoptivo León de Arroyal:
¿Qué es el honor? Un avechucho
de complexión delicada,
que no nos sirve de nada,
pero nos priva de mucho.
Como muchos valores positivos, está en decadencia. Tiene que ver con la hidalguía, la caballerosidad, el decoro, la dignidad humana, la honradez, la integridad y la consideración. Muchas cosas que no hacemos con la cabeza las hacemos por un implso atávico de honestidad y de altruismo que debemos llevar en los genes; por redaños, por cojones. Cuando no nos quedan cartuchos, nos queda la dignidad, que es el último cartucho: el respeto que se tiene uno a sí mismo, a sus padres, a sus hijos, a sus deudos, a su pueblo o patria chica y a la humanidad en general. Quien tiene honor afronta con entereza la adversidad, y de él puede decirse lo que era el mote de los Pulgar: Podrá llegarse a quebrar, pero jamás a doblar. Se siente de pronto toda la vergüenza ajena del universo y de aquello que no se puede tolerar y hay que impedir que suceda a toda costa, porque si no todo el universo se hundiría sin remisión.
Pero hay honores y filfas. Estar con borrachines, políticos, sinvergüenzas, asesinos, matarifes, estafadores inmobiliarios, banqueros y gente de la TV es indeseable e inconveniente, porque no dan honor, esto es, no dan ejemplo; lo ofrece por el contrario la gente humilde, educada, trabajadora y seria: esta es a la que hay que respetar como honorable, no a la poderosa. Con la poderosa engreída, sorda y paranoica hay que ser quisquilloso, intratable, incómodo y ácido, esto es, aplicarles su propia medicina. Sólo los débiles, los enfermos, los marginados, las mujeres, los ancianos y los niños de pocos años, los animales, los vegetales y las cosas merecen consideración y respeto y que se les escuche y se les atienda y se les cuide y se les sirva; a los demás, a los príncipes de este mundo, hay que darles lo que dan: dolor de cabeza, mentiras, confusión, engaño, manipulación, desprecio. Salvo que sean realmente gentilhombres o caballeros cabales y honorables, que los hay: son los que protegen realmente a los débiles. Pero son pocos. Por eso valen tanto: porque son pocos.
Alfred de Vigny decía que el honor consistía en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar, por humilde que fuera; es el valor del sacrificio, de la empatía, del ponerse en el lugar de los demás. Un trabajador debe sentir el legítimo orgullo de su trabajo; un basurero, un barrendero, un profesor... porque las dificultades que ensucian la tarea son muchas, pero se debe intentar. Decía el maestro de esgrima que Dios no es un caballero, porque permite que sucedan cosas que no deberían suceder; eso es algo sacrílego, pues niega la existencia de una Providencia que enderece los renglones torcidos con los que el de arriba escribe recto; pero sobre todo lo es porque ignora que somos nosotros los que debemos hacer que esas cosas no sucedan. Hay que dar ejemplo, o esforzarse por darlo. Por dar honor. Por dar valor a los demás.
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