Buena noticia al regresar a casa, un paquete que venía de California en avión. Es La libertad de los mares, ó El gobierno inglés descubierto, de Bertrand de la Barère, traducido por Charles Eugène Lebrun. El lomo está algo gastado, aunque eso no afecta al texto. Porta dos ex libris de sus anteriores posesores. El más antiguo y hermoso es un grabado que muestra a un fraile dominico pluma en mano, mirando divertido un libro montado en un facistol o atril, sobre una mesa con tintero y librotes, y recortado contra un fondo provisto de globo terráqueo a la izquierda y estantes con más libros, bajo una sabanita alargada de bordes redoblados con un mote cuya inscripción mi torpe y cansada vista no puede descifrar, porque tiene a trasmano la lupa; toda la escena suma siete u ocho planos, está muy bien concebida. El propietario era un tal Joseph M. Gleason, seguramente abogado, a juzgar por la temática de los libros que llevan sus exlibris. El otro es más moderno, de color amarillo: un ramillete de plantas del desierto, unidas por una mandorla o escarapela; son especies probablemente de Arizona, Texas, Nevada o Nuevo México; acaso California, por qué no; posee también una cierta belleza, aunque del gusto estilizado, y está sobre el nombre de Walter M. Weber, un jurista formado en Suiza, creo. El libro tiene un tejuelo con una signatura que creo que es del tipo aplicado por la Biblioteca del Congreso: JX - 4423.B2L
Es tal como lo recordaba, con las variantes textuales que había apreciado en una de sus notas y al final, en un texto acogido después de la Oda a Napoleón de Tomás de Iriarte; este poema que lo define como afrancesado creo que no aparece en sus obras completas; lleva dos grabados muy bien hechos, uno de un águila gigante sobre el mar en tormenta, y otro de Napoléon le Grand, muy bien ejecutados ambos. El papel está algo atacado y lunecido por la lignina, pero huele bien y podría resistir otros doscientos años. Creo que ahora mismo, si lo vendiera, le podría sacar quinientos euros de beneficio neto, tal como anda el mercado librario. ¿Qué, que imposible? Pues Farré lo hace, y no le debe ir muy mal, a juzgar por los catalogazos que saca en Barcelona. Todavía recuerdo cuando sus libros los podían comprar cuatro pelanas como yo.
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