viernes, 21 de noviembre de 2008

Metodología de la redacción

Con el tiempo uno aprende a escribir. Se le educa la prosa imitando lo mejor de lo que lee, los aciertos expresivos. Incluso aprende a desviarse de la norma y a crearse su propia norma, lo que es ya indicio y huellas digitales de estilo. Pero el profesor que intenta dar forma a la prosa de los alumnos debe partir de unos presupuestos mucho más humildes y claros, y eso no es fácil. No, no es fácil.

La Retórica ayuda mucho; somos enanos a hombros de gigantes, escribía el humanista Albertino Musatto. Si recurrimos a la sabiduría de los antiguos tendremos mucho ganado con su experiencia en metodología de la redacción.

La propedéutica es importante: escribir es lo último que debe hacer un alumno al que se le encarga una redacción, y eso les debe quedar muy claro: sin borrador previo no puede haber redacción, ni mucho menos redacción excelente. Ponerles el mismo ejemplo que Cicerón ayuda. Redactar es como construir una casa. ¿Qué necesitamos primero?

Los materiales. Ladrillos, mortero romano, vigas, agua, losas. Eso es la inventio. El alumno debe documentarse, pero en una redacción breve que no se deja para casa podemos dejarles una noticia del periódico que les instruya algo sobre el tema y luego que recurran a los siguientes materiales:

1. INVENTIO

Ideas sueltas que se te vayan ocurriendo
Experiencias personales sobre el tema.
Recuerdos de conocimientos sobre el tema.
Definiciones del tema.
Partitio: Divisiones del tema, partes que puede tener y de que consta.
Definiciones de los conceptos que aparecen en estas divisiones.
Ejemplos concretos.

Bien, ya tenemos qué decir, así que no nos andaremos con rodeos desperdiciando palabras al principio, como habríamos hecho si hubiésemos empezado a lo bestia, sin reflexionar, a bote pronto, de buenas a primeras. ¿Y qué hacemos ahora? Los materiales no son una casa. ¿Qué necesitamos?

Un plano para saber dónde colocarlos de forma que nada se derrumbe y el edificio cumpla mejor la función para que fue diseñado. Es decir, una dispositio

2. DISPOSITIO

Se le dice al alumno que ordene todo lo que se le ha ocurrido en la inventio numerando sus ideas, poniendo en el borrador un número a cada una de ellas, pero siguiendo un criterio o punto de vista tal que elimine alguna de ellas por inconveniente y forme una escala: de más general a más concreto, de más concreto a más general, por orden cronológico, de más simple a más complejo, etcétera. Lo que tiene que haber es un orden.

También debe ordenarse la dispositio según la función: si pretendemos convencer, debemos adoptar el orden nestoriano y comenzar con una captatio benevolentiae; si pretendemos enseñar, el de lo más simple a lo más complejo o llamar la atención de vez en cuando con argumentos analógicos o interpelando... Si pretendemos narrar un suceso, el cronológico. Si pretendemos argumentar científicamente, debemos quitar los argumentos analógicos y usar razonamientos encadenados y muchos ejemplos y definiciones.

Ya tenemos la casa construida; pero no podemos vivir en ella, no tiene luz, gas, ni muebles, ni cortinas, ni sillas siquiera, ni se puede cocinar ni dormir en ella ni distraerse. ¿Qué es lo que le falta? Hacerla habitable y cómoda, que proporcione placer. Esa es la tarea de la elocutio.

3. ELOCUTIO

Una vez tenemos el borrador numerado y con los elementos que hay que suprimir eliminados o tachados, hay que pensar en cómo hacer agradable el discurso; para ello hay que adornarlo, presentarlo con elegancia, recordar alguna cita o anécdota, encontrar paradojas ingeniosas, juegos de palabras, algún chiste o refrán, elementos que humanicen nuestra exposición y que la transformen en agradable. La prosa tiene que ser cuidada con artifico retórico, elegante y comprensible, pero también densa y fuerte y acomodarse a la personalidad de quien la ejerce mediante el estilo personal de uno, como bien hacía el logógrafo Lisias. Ha de ser prosa literaria, pero tampoco ha de ser pedante. Todo lo que ha de tener un estilo se resume en una palabra: precisión. Palabra que contiene las tres ces: claridad, concisión, corrección.

Y, hecho todo esto, que no es poco, el alumno ha de hacer lo último que debe hacer al ponerse a redactar: escribir la redacción. Y cuantos más borradores sucesivos haga, mejor.

Me diréis. ¿Y después de esto, qué?

También nos dicen los retóricos antiguos qué hacer para ir mejorando la redacción de nuestros pupilos, queridos dómines. Se trata de las progymnasmata, una serie de catorce ejercicios de redacción graduados por su creciente dificultad y bastante entretenidos tras los cuales los alumnos serían capaces de argumentar contra el mismísimo Santo Tomás. Son muchos y en mi retórica ya los tengo expresos.

En el aula, mientras realizan las redacciones, el profesor puede darles algunas formas de enriquecer su lenguaje; cuando pongan incluso, decirles "es un poco más elegante decir "es más"; si utilizan demasiado una palabra, que recurran a la litote, negando la contraria; por ejemplo, en vez de "mucho", que digan "no poco". Que en vez de repetir una palabra utilicen un pronombre relativo como que o quien; que prefieran a un adjetivo un sustantivo y a un sustantivo un verbo; que si pueden sustituir un nexo por un signo de puntuación, lo hagan; que no usen dos verbos en el mismo tiempo seguidos; que ordenen los complementos de más corto a más largo; que recurran a parejas de palabras unidas por una geminación, lo que articula mucho la prosa y le da ritmo. Etcétera. Porque aprender a redactar es esto y mucho más, no sólo corregir la ortografía.

Los temas son importantes; muchos recuerdan lo de miscere utile dulci y lo de docere y delectare, pero olvidan lo de movere: hay que revolver algo en el interior del chico, hacerle pensar. Por ejemplo, si se ponen frases para analizar, que sean máximas filosóficas o frases célebres o que hagan pensar. Aprenderán sin darse cuenta. Es conseguir lo máximo con los menos elementos. De la misma forma, los temas de redacción deben estar bien escogidos. Los controvertidos son interesantes. Algunos ejemplos: la violencia y sus tipos. El maltrato a los animales. ¿Es legítima la adopción por homosexuales? ¿Son ciertas las diferencias de género?

La redacción debe también tener en cuenta los géneros pragmáticos: instancias, informes, etcétera. Algo que les interesa mucho es redactar un currículum poniendo su experiencia profesional en ayudar a sus padres, a sus hermanos... Sus conocimientos en buscar setas, montar a bicicleta, nadar, jugar al fútbol o a la play o al ajedrez o a las cartas, sus cursos de informática, si saben cocinar o cuidar niños, si saben idiomas, los cursos que han pasado y las asignaturas que les quedan; sus premios; si han vendimiado (y por qué tiempo y dónde y cómo y justificándolo) etcétera. Eso les hace ser más ellos mismos y les refuerza su autoestima, descubriendo que no son tan imbéciles como ellos creían. En cuanto a la instancia, se la pueden inventar pidiendo una licencia de pesca, o el ingreso a un club deportivo, o una beca, etcétera.

También pueden escribir una carta a un personaje histórico que les sugestione, o a un amigo ruso o japonés o de Alaska que se encuentra muy solo, para lo cual se deben documentar previamente.

Si adoptan el punto de vista de una cosa les pueden salir cosas interesantes, pero eso sólo funciona si tienen imaginación, que no tienen ninguna a esa edad, lo que sí tienen es entusiasmo, fogosidad.

La informática ayuda: crear un diario o un blog es una buena idea. Yo lo hago, para entrenar mi prosa. Todos los escritores saben que la prosa se atrofia si no se ejerce. Los trabajos de lectura, además, deben de dejar de obsesionarse por el resumen, que nunca debe abarcar más de dos páginas, y debe obligar a los alumnos a trabajar con el lenguaje de la obra, rastreando sentencias, ejemplos de recursos estilísticos, palabras cuyo significado no comprendan, descripciones, referencias históricas, que extraigan temas y valores del mismo, y hacerles reelaborarlos mediante breves poemas o cortas dramatizaciones en prosa de ellos en el trabajo. El resumen es sólo una forma de reelaboración entre muchas. Cuanto más se reelabora o rumia un mensaje más cala su significado y más se apropia de él el individuo.

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