Después de las evaluaciones, vienen las consecuencias. Alumnos furiosos y molestos, alguna vez justificadamente, porque el profesor es humano y puede equivocarse; padres contrariados, desorientados, engañados o a los que se les caen los palos de sombrajo... Y el profesor, como flor marchita entre el revuelo de las avispas. Escucho a una alumna malísima en cuanto a sus resultados académicos desearme "que tenga un buen día"; por el tono cualquiera podría haber entendido "que tenga un buen entierro". Según las circunstancias, me pongo la máscara del profe hueso, del profe accesible, del profe caritativo, del profe cínico, cuando en realidad sólo soy un profe a secas, ni mejor ni peor que otro. Algunos alumnos necesitan ánimo tras un revolcón; con esos hay que ser animoso y alentador, porque tienen mala conciencia; con otros, sinvergüenzas y caraduras, manipuladores a los que la boca y el lenguaje corporal les desmiente lo que dicen, lo que hay que ser es es un sordo, un irónico o un cínico. Por supuesto, siempre te mostrarán la realidad por el lado que les conviene: pero yo vuelvo la hoja y ¡oh, milagro! Resulta que las cosas no eran como parecían. Lo que te molesta realmente es que, porque seas accesible, crean que te pueden engañar y que eres un tonto, un blando, un mequetrefe; si cometes un error, vale, eres un mequetrefe; pero si no lo cometes, por lo menos deberían disculparse, cosa que no hacen ni falta que les hace, los muy niñatos.
Atiendo a algunos sufridos padres desorientados; algunos no son conscientes ni siquiera de la manipulación que sufren por sus hijos; por lo general siempre vienen aquellos que realmente merecen la pena y el profesor los atiende encantado, porque son padres verdaderos, preocupados por sus hijos; los problemáticos se esperan al final para descargar sus cartuchos; muchos suelen consideran natural recurrir a cualquier método de presión que haga caer la deseada nota, y te dejan con la boca abierta al ver la naturalidad con que admiten estos procedimientos amorales; es como si asumieran que no hay forma legal de conseguir las cosas. Tienen amigos por todas partes y te hacen llegar mediaciones de cualquier manera: sólo les faltaría el clásico jamón. Los profesionales huimos de todo esto como de la peste, porque tenemos que salvaguardar nuestra ecuanimidad como podamos, por sentido del honor, por hidalguía, por integridad o entereza, incluso a veces simplemente por cojones, cuando no te queda otra cosa que poner. Otros vienen con sus hijos, que son los que mueven sus hilos como diestros titereteros, sin que se den cuenta del ajo en que están metidos, los ingenuos. Luego están las paranoias, muy frecuentes entre los profesores novatos pero con las que los veteranos estamos acostumbrados a lidiar para dejar las cosas como deben estar, simplemente, y nada más. Los novatos sueñen ver a los veteranos como enemigos cerriles y fraguarse unas paranoias y manías persecutorias terribles, sin darse cuenta de que es un desenfoque propio de este trabajo y de todos aquellos con los que hay que tratar con gente. Esta es una profesión muy dura desde el punto de vista psicológico, como todas aquellas en las que hay que tratar con seres humanos y evaluarlos. A mí, al menos, me ha trasnformado en un descreído y en un escéptico como la copa de un pino, y aun diría como la de un sequoya.
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