¿Qué hace la felicidad de un país? Algunos piensan que es su renta per cápita; otros, que la calidad de vida; otros, que la solidez de sus instituciones; otros, que una demografía sana. Y, por último, hay quien dice que todas esas cosas y ninguna.
¿Son felices los Estados Unidos? Son los más poderosos, pero ahí hay mucha pobreza, como nos reveló el Katrina, y no tienen seguridad social comparable a la europea, ni una riqueza de perspectivas como la nuestra. Hay violencia y desigualdad social.
Yo creo que un buen criterio para saber si un país es feliz es mirar su aprecio por el ser humano. Eso se mide en algunas cosas: si hay pena de muerte, si hay muchos y buenos museos, si hay muchas y buenas bibliotecas si hay un sano y boyante sistema educativo, si hay un sistema carcelario reeducativo y no superpoblado, en su seguridad social, en su porcentaje de abortos, en su mortalidad infantil, en sus ayudas sociales, en cómo acoge a los inmigrantes, en si hay listas abiertas que garanticen la satisfacción ciudadana con sus políticos, si hay un sistema judicial ágil y transparente, si hay justicia y no corrupción, si la gente puede pagar sus deudas...
Veamos España. No hay pena de muerte; eso es bueno. Museos, los hay, pero están vacíos. Las bibliotecas de los pueblos están cerradas e inactivas. Aumenta el número de abortos. Se deteriora la calidad educativa. El sistema carcelario no es ni bueno ni malo. La seguridad social funciona, aunque es perfectible y necesita perspicacia y palos para que vaya rápido. La mortalidad infantil es escasa; las ayudas sociales van por buen camino; se acoge a los inmigrantes, pero se los ningunea y cosifica: yo lo he visto, esa es la forma de hacer racismo del español: no se los odia, sencillamente se los ignora. No hay violencia en la calle, pero empieza a salir ya de las casas, de los colegios y de los institutos, impulsada por la televisión, la desestructuración familiar y las mentiras y desilusiones de los políticos. No hay listas abiertas, ni un sistema judicial ágil ni transparente, hay corrupción y cada vez más, incluso está tan establecida y confundida ya con el sistema, sobre todo a nivel local y autonómico, que podría decirse que, a veces, es el sistema mismo; y la gente apenas puede llegar a fin de mes: ya hay tres millones de parados, muchos de ellos con pisos que pagar e hijos que educar.
Así que, la situación es mala y tiende a peor, aunque todavía no ha llegado a horrible.
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