viernes, 16 de enero de 2009

El bandolero Fernandillo

Un bandido poco generoso:

FERNANDO MARTÍN ORTIZ, “FERNANDILLO” (1670-1700)

Alcázar de San Juan, Villanueva de los Infantes y Almadén (Ciudad Real).

En la segunda mitad del siglo XVII hubo un rebrote del bandolerismo en La Mancha. Lejos del tópico de los asaltos a pie de mata y las tropelías en sierras inhóspitas, cometidas a veces, según cantaban las coplas de ciegos, por bandidos generosos que roban a los ricos para repartirlo a los pobres, hemos comprobado como la mayoría de estas fechorías se desarrollan en las localidades principales, bien en sus inmediaciones o bien en los caminos que conducían a los emporios económicos de la época, siendo protagonizadas por cuadrillas de delincuentes profesionales que hacen gala de una violencia inusitada.

Así, por ese fechas, un cortesano y gacetillero tan informado como Jerónimo de Barrionuevo, comunicaba a sus lectores:

“Todos los caminos están llenos de ladrones, particularmente el de Andalucía, donde andan de 20 en 20, de 30 en 30, y de 40 en 40 hombres a caballo, llenos de armas, con 6 ó 7 bocas de fuego, desde Tembleque a Camuñas y Ocaña, corriéndolo todo. Traen caballos de 200 ducados. Presumen ser de los mismos lugares.

Roban a cuantos topan y quitan a los carros y coches cuantas mulas hallan... ¡Remédielo Dios que puede!.”

Hacia 1670 nacía Fernando Martín Ortiz en un pequeño pueblo del sur de Badajoz (Monesterio), en el seno de una familia humilde. Desde niño trabaja, primero como carnicero y luego de zapatero en la comarca de la sierra de Aracena. Pendenciero desde muy joven, tuvo que huir de su tierra natal ante el cúmulo de tropelías que perpetraba. A los 21 años ya era capitán de una partida de bandoleros que asolaba el triángulo Llerena-Sevilla-Almadén con excesos tales como el degüello de unos arrieros y mercaderes de Zafra. En 1695 se fuga de la cárcel de Alcázar de San Juan, siendo capturado por los cuadrilleros de la Santa Hermandad Vieja de Ciudad Real, cuando estaba refugiado en el templo parroquial de Villanueva de los Infantes.

Procesado en una audiencia especial de Ciudad Real, el fiscal dice que “sus delitos y atrocidades son tantos en número que no se pueden mencionar”. Entre otras lindezas, se le acusa de haber vivido entre gitanos durante un tiempo, tanto es así que se había casado dos veces con mujeres gitanas y a las dos había matado en circunstancias oscuras. En Sierra Madrona roba a un joven torero andaluz llamado Pedro Marín de Balboa, natural de Quesada (Córdoba), que salva su vida por los pelos, al encasquillarse el trabuco con que le disparó; un pintor que iba camino de Badajoz salva su vida al darse a conocer a la banda, “le quitó sólo treinta reales y le dijo que se fuese con Dios que a buen santo le había rogado”; desvalija, roba, mata y apalea a multitud de personas, entre ellos a un sevillano al que le quitó los zapatos, maniata a un muchacho para quitarle un pan e incluso asesina a un niño tan sólo para quitarle una lechuga. Cerca de Montemolín, acuchilló en el cuello a un sardinero, de cuyas resultas muere. A un fraile dominico, sus cuñados le hicieron mil tropelías. Cerca de Llerena, dio un escopetazo a un viajero, asaltándole y dejándole maniatado lejos del camino. A dos clérigos estafó 100 doblones en la venta de San Blas y quitó a dos arrieros una carga de loza que transportaban a lomos de mulas.

Se dice que era tanto el miedo a estos salteadores de caminos que los segadores dejaban sin cosechar las siembras: “para que se reconozca las sumas maldades del referido reo y el horror que toda la Extremadura y otras partes le tenían... en tiempo de agosto los labradores y demás personas que cuidaban de recoger las siembras no se atrevían a quedarse a dormir en las eras, aunque estaban cerca de los lugares”. En definitiva el miedo que provocaba su cuadrilla en ambas vértientes de Sierra Morena era tal que amenazaba con colapsar el tráfico de mercancías y la misma recogida de las mieses.

Escapado y vuelto a detener por los ministros de la Hermandad ciudarrealeña, nadie se atreve a denunciarlo “por el grande temor que le tenían al malhechor y a sus compañeros y era de tal calidad que para acallar a los muchachos que a sus madres sólo les bastaba decir: “¡mira que viene Fernandillo!”.

Tras varios años de reclusión en las cárceles de Ciudad Real, y haberse fugado de multitud de prisiones rurales, la justicia ciudarrealeña condena por fin a este bandido tres años después de haberle capturado por primera vez.

Tan famoso como temible, purgaría sus delitos trabajando como forzado, posiblemente achicando el agua que inundaba las galerías de las minas de Almadén. A buen seguro había salvado el pellejo al resistirse a la dura tortura que se aplicó, no consintiendo en confesar sus tremendos crímenes. Sus otros cuatro compinches, no correrán la misma suerte: serán ejecutados y sus cuerpos descuartizados permanecieron expuestos en las ventas y caminos donde habían perpetrado sus correrías. No nos dejemos engañar por ésta, en apariencia, tenue condena de seis años de trabajos forzados; a pesar de su juventud (29 años de edad) y de ser un superviviente nato, no creemos que viviese mucho para ufanarse de sus crímenes. Por lo general, los peores criminales eran destinados a realizar las labores más penosas y peligrosas, pasando su vida sepultados bajo tierra, sin salir a la luz ni tan siquiera para oír misa, padeciendo penalidades sin cuento. Lo habitual era que el trabajo agotador, las rencillas carcelarias, el maltrato de los carceleros o la intoxicación por mercurio fuese un cóctel lo suficientemente explosivo como aventurar que no durase más de tres o cuatro años con vida. Digno destino para quien perpetró tantas iniquidades.

Miguel F. Gómez Vozmediano, en La Comarca de Puertollano

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