miércoles, 28 de enero de 2009
Happy England!
De los muchos paraísos perdidos e imposibles, uno sería la Inglaterra que conocí a través de las lecturas de Richmal Cropton, Pelham G. Woodehouse, Somerset Maugham, James Herriot y Evelyn Vaugh. Ese aroma arcádico lo presagiaba ya Conan Doyle, y se ve como lo van perdiendo Robert Graves, Gerald Brenan, George Smikes, W. Hugh Auden, Bowles y la pobrecilla Sylvia Plath. Era un lugar feliz, despreocupado, unos felices años 20; en América sólo he encontrado algo semejante en Francis Scott Fitzgerald, cuyo Gran Gatsby es uno de mis libros preferidos. Uno podía pasar una infancia traviesa, aventurera, anárquica y feliz perseguido por feroces granjeros haciendo el Guillermo Brown, o convertirse en un niñato bitongo o despreocupado protegido de un ejército de perversas tías a las que heredar gracias a un monstruo de la inteligencia como Jeeves, o pasar una indiscreta velada en un café colonial al estilo Maugham, estudiando los más mínimos gestos de la gente, o perderse tras un seto buscando moras por el bosque en uno de los villorrios de Herriot, o vomitar coñac y café en un parterre de jacintos delante de un club de debate en Oxford, como hizo Sebastian...
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