domingo, 18 de enero de 2009
Química
El amor se reduce, según los sabios alquimistas de estos tiempos, a oxitocina, vasopresina y testosterona. Un cóctel de tres hormonas, ni más ni menos, más la reacción que provoca en nuestro sistema nervioso, ya borrachín de por sí con las muchas otras sustancias que tomamos para las distintas enfermedades. Deprime que la gente se reduzca a un saco de reacciones neuroquímicas, pero en esa rana nos ha transformado la varita mágica de la medicina. Incluso podríamos elegir al mejor cura o a un santo con una simple analítica. El Vaticano también podría elegir al Papa con un análisis de sangre o, por qué no, con una batería de test psicotécnicos diseñados por los sufridos soportadores de su pesadísima tiara. Aunque me parece que estos procedimientos no molarían... todavía; al menos hasta que el doping no se extendiera lo suficiente, claro está.
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