lunes, 23 de febrero de 2009

Asesinos en serie manchegos

Pues sí, los hay; un degenerado llamado Gustavo Romero Tercero, que acabó con los novios de Valdepeñas y con Rosana Maroto, condenado a 103 años, y un sociópata, Alfredo Galán Sotillo, "El asesino de la baraja", nacido en Puertollano, que acabó con seis y estuvo a punto de acabar con tres más y ha sido condenado a 142 años. Para ser una provincia tan poco habitada, tenemos algunos psicópatas de lo mejorcito. ¿Por qué será? ¿Por el vino? ¿Por el viento? También es cierto que somos los cuartos en empinar el codo, y eso que hay provincias tan habitadas como Madrid o Barcelona. También es cierto que estar en Ciudad Real es como estar a medio camino de ninguna parte. Esto no es una balsa de aceite como Cáceres. Aquí hay que tener cuidado al salir a la calle...

El más interesante es Galán; es la típica persona que nunca termina nada, y por eso decide terminar a los demás. Exsoldado, estuvo en Bosnia, en misión humanitaria, donde quizá cuando decidió comprar una pistola Tokarev de la II Guerra Mundial (vete a saber qué podría contar esa pistola) se le metió el demonio familiar asociado a ella; también anduvo por Galicia limpiando chapapote y trabajó como segurata (muchos seguratas y exlegionarios suelen trabajar dando palizas o asesinando por contrata, como los Miami). Tenía fama de bromista (aquellos que te cogen con una impostura o bernardina suelen tener un yo fantasioso oculto bastante peligroso). Sin embargo debía tener bastante rémora de conciencia en el cuerpo porque fue a denunciarse a sí mismo a la policía; quizá le traicionó su megalomanía y deseo de darse a conocer.

Tiene cinco hermanos y su madre murió cuando contaba sólo ocho años; al parecer eso fue un torcedor para él, porque pasó de ser un niño mimado, simpático y extravertido a otro diferente y serio, que jamás contaba nada de lo que le pasaba. Cuando le preguntaron por qué mataba contó que "para saber qué se siente". Creo yo que la falta de afecto entonces debió de ser definitiva para su carácter psicopático. No terminó la ESO y no tuvo nunca novia y hasta los quince años no paró de ver televisión; a los diecisiete comenzó a tomar alcohol cuando salía, "hasta llegar al puntillo", según sus palabras. A los veinte se hizo militar, habitual salida de inútiles, y se sacó el curso de conductor; fue destinado a Bosnia dos veces. A su vuelta, cuando creía que le darían permiso, le enviaron a Galicia para limpiar chapapote arrojado por el Prestige. Allí tuvo una discusión con una voluntaria y luego con un mando de su compañía y pensó en desertar; sacó 2.000 euros, arrugó los billetes hasta convertirlos en pelotas, se fue a beber y volvió al cuartel tras obligar a una mujer a bajarse de su coche para dejárselo a él tras romperle el cristal con una piedra. Fue trasladado a Madrid en un autobús custodiado por un policía militar y le ingresaron en el hospital por trastorno psíquico. Pidió la baja definitiva. A los pocos meses comenzaba a trabajar en Madrid como vigilante jurado en Prosegur. Su estado psíquico se despeñaba; en Nochebuena, día propicio a depresiones, y justo un mes antes de convertirse en asesino, apareció en la casa de su familia en Puertollano con una pistola al cinto que había traído de Bosnia, pero no soportó mucho tiempo allí y en enero se fue a un hotel de Córdoba para estar solo. Días después, ya en Madrid, mientras veía la tele, sintió pro primera vez el compulsivo deseo de matar. Su victimología: parejas de gente humilde, muchas de ellas extranjeras. ¿Sus padres? El hecho es que pudo matar a un niño y no lo hizo. La psicosis se extendió. Él, que seguía de guardia jurado, pegó en su lugar de trabajo un cartel con su propio retrato robot. Dejó de haber crímenes, al parecer porque Galán empezó a tomar medicación. Pero durante un día de borrachera entró en una comisaría y confesó.

El otro, que me resulta particularmente detestable, es Gustavo Romero. Mentiroso, retorcido, repulsivo y maltratador: un monstruo sin paliativos. Se le pudo coger por la denuncia de una maltratada, su exesposa. Tiene que haber más casos así. Su cuñada, una tal Carmen Sáez, declaró que «tenía arranques de locura. A mi hermano Alfonso le pegó una paliza a traición hace seis meses y no lo mató de milagro. Ha sido siempre un maltratador». No sólo pegaba a su hermana, sino también a los hijos, que en la actualidad tienen trece y diez años: «Al niño, una vez que lloraba porque estaba enfermo, con tan sólo año y medio, le reventó el ojo izquierdo y el labio de una patada». Romero había participado en todas las manifestaciones que se convocaron en la localidad para pedir a las fuerzas de seguridad que intensificaran la búsqueda de Rosana Maroto. El asesino tiene nueve hermanos y era pastor. De la victimología deduzco que debía tener fantasías relacionadas con su antigua vida en este oficio, pues llevó a la muchacha que mató a la noria sita en la "casa de Rabadán", un lugar solitario que conocía de sus años de pastoreo por la zona. Mató en 1993 y 1998, y en ese lapso se refugió en Canarias, donde no se sabe qué hizo, seguramente matar a más personas desconocidas. Pertenece a un prototipo de asesino español bien conocido, el asaltaparejas de parques. Por todos los parques españoles hay siempre asesinos mirones en potencia, pero sólo unos pocos degenerados van más allá. Los lugares donde mataba, parques y despoblados.

Y ahora, lo peor. Hay al menos uno, y quizá otro asesino en serie manchego más sin coger aún. Es el asesino de Inmaculada Arteaga López, de 14 años, cuyo cadáver apareció con el cráneo destrozado en marzo del 2001 en las afueras de Campo de Criptana, y el de otra mujer, de nombre Juana, que en febrero de 2003 apareció con cuchilladas en el cuello y el vientre.

En la galería negra española hay algunos casos curiosos, como El Arropiero (48 muertos), José Antonio Rodríguez Vega , más conocido como "Mataviejas" (16) y el Mendigo Escalero (13); desde luego, los más interesantes, por la ideología o método de sus crímenes, son Joaquín Ferrándiz Ventura (5), el Asesino del Juego de Rol (1) y el jovencito Andrés Rabadán, más conocido como Asesino de la Ballesta; menos mal que cogieron a este último en agraz, porque con su esquizofrenia paranoide y su feroz vocación de ingeniero prometía hacerlas pero que mayúsculas de mayor, pues se entretenía haciendo descarrilar tres trenes de cercanías; detenido, maquinó tres intentos de evasión de la cárcel, sedujo a una psicóloga con la cual se casó, hizo exposiciones de buenos cuadros, compuso música y escribió el libro Historias desde la cárcel, un relato irónico sobre su relación con los funcionarios, con los compañeros de centro, con la policía y con la administración penitenciaria. El pobre mató a su padre con cuatro tiros de ballesta, quizá porque le echaba la culpa del suicidio de su madre, a la que vio ahorcada colgada de una lámpara de su dormitorio cuando era niño. Escribió a sus jueces: «Siento dentro del alma que la vida me llama y tengo que salir de la prisión», y les pidió que entendieran que «el sistema penitenciario me oprime». «Si no salto, terminaré aplastado», concluyó. De momento, tras unos pocos intentos de suicidio, lo último que ha hecho es el guion de una película sobre su vida, Las dos vidas de Andrés Rabadán (2008).

Estos tres últimos criminales se pasan de rosca en inteligencia. Por último, los profesores extranjeros visitantes: Tony King y Gilbert Chamba Jaramillo (9).

1 comentario:

  1. Matando, me paso el día matando,
    y los vecinos mientras tanto
    no paran de molestar

    Parece que una de las características de los asesinos en serie es su incapacidad de ponerse en el lugar del otro, su nula empatía y moralidad, les permite anular toda consciencia del mal que hacen.

    Ni los terroristas, ni los soldados enbravecidos, ni este tipo de psicópatas consideran al otro como un igual, como una persona.

    Entre los dos primeros, hay muchos casos que pasado el tiempo admiten su error, porque quieren regresar a la dificultad que supone ser persona y abandonar posicionamientos simplistas y reduccionistas: todo o nada, yo o el otro.

    Las variaciones son múltiples pero el caso es que cosifican a sus víctimas, porque y, esto corre de mi cuenta, en realidad ellos tampoco son personas. Son humanos, pero no han alcanzado lo que entendemos por persona, y se buscan en sus pulsiones egoístas o en ensoñaciones generalistas de patrias libres, hombres libres, naturaleza libre, sin encontrarse, por que no se han preocupado de labrarse a sí mismos o sencillamente porque no pueden. Entonces, y sin hablar de las enfermedades mentales, la frustración, la culpa se acumula y finalmente explota, focalizando su ira hacia determinados colectivos, de ahí la cosificación. No matan a Luis o a Juana sino que se ensañan contra un perfil más o menos definido, pero impersonal.

    Lo de Galán es más que sintómático al respecto; un ser humano inteligente que no era reconocido en "su valor", un ser humano sin lograr nunca encontrarse a sí mismo. Ni fue el niño que debía ser (qué imaginaría de la infancia de los que le rodeaban), ¿le maltrataban? Sin una victoria y con la duda de estar siempre equivocado buscó reivindicarse matando.

    El caso es que jugaba con armas, una lección para los defensores de la posesión sin restricciones, y se hizo soldado y el soldado no entra en batalla, (qué pensaría que es estar en combate) pero pudo comprar una pistola sin conexión con España, y no tuvo relaciones (qué ensoñaría sobre el amor). Quiso experimentar en lugar de otros y así probó que se siente ante la muerte, pero también en otra persona.

    Hay que narrar la rocambolesca historia de los naipes. El primer asesinato, creo recordar por un reportaje que vi, lo comete cerca de Madrid y, por pura casualidad, cerca del cadáver, aparece un naipe. Esa información, filtrada a los medios, hace saltar la consabida etiqueta mediática para concentrar la atención del público: el asesino del naipe.

    Galán, halagado, deja naipes en sus siguientes asesinatos cometidos todos, cerca de Madrid. Conoce la forma de trabajar de los cuerpos de seguridad, era paracaidista y además cabo primero, la teoría dice que trazando un polígono con los puntos de los lugares donde actúa un asesino, se encierra el área donde reside. Así estaba tranquilo, pues Puertollano quedaba bien lejos del área en cuestión. La policía desconcertada sigue pistas equivocadas y el ruido mediático cesa. Galán sin poder quedarse dentro la "victoria", la reivindicación de sí mismo, un día de borrachera explota y lo confiesa, yo diría que chulearía, ante una pareja de la guardia civil. Creo recordar que insiste hasta ir con ellos a la comisaria. En un momento dado, en las dependencias policiales, donde tampoco le creen, desvela un detalle crucial.

    Galán desconocía cómo era la primera carta que la policía encontró junto al primer cadaver y que produjo su popularidad. Pero sabía, pues las había marcado él mismo, que las demás cartas tenían rayas con bolígrafo azul en la parte de detrás. Cuestión esta última que no se había filtrado y que, por tanto, solamente conocían los que estaban al tanto de la investigación en Madrid.

    Eso le "salvó" y nos salvó de que Galán tuviera que volver a casa siendo la burla de alguno de los habitantes de Puertollano, que nunca faltarán. Lo que le hubiera generado la necesidad de volverse a reivindicar, sin duda, matando.

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