David Mamet, en su Por qué ya no soy un izquierdista de encefalograma plano, p. 9-11, que podéis descargar aquí:
"La Constitución, en lugar de sugerir que todos se comporten de manera divina, reconoce que, al contrario, las personas son cerdos y se aprovecharán de cualquier oportunidad para subvertir cualquier pacto y poder conseguir lo que ellos consideran que son sus merecidos intereses.
Por ello, la Constitución separa el poder del estado en esas tres ramas que para la mayoría de nosotros (me incluyo) es lo único que recordamos de 12 años de escuela.
La Constitución, escrita por hombres que tenían alguna experiencia de gobierno real, asume que el jefe ejecutivo intentará convertirse en Rey, que el Parlamento tramará para vender la vajilla de plata, y que el poder judicial se considerará Olímpico y hará todo lo posible para sustancialmente mejorar (destruir) el trabajo de las otras dos ramas. Por eso la Constitución las opone entre sí, no tratando de obtener su bloqueo, sino permitiendo las correcciones necesarias y constantes para evitar que una rama obtenga demasiado poder durante demasiado tiempo. Claramente brillante. Porque, en abstracto, podemos imaginarnos una perfección Olímpica de seres perfectos en Washington encargados del negocio de sus empresarios, los ciudadanos, pero cualquiera de nosotros que haya estado en una reunión sobre cuestiones de edificabilidad en la que está en juego nuestra propiedad conoce el impulso de deshacerse de toda la mierda perniciosa y pasar directamente a las armas.
Yo he descubierto, no sólo que no me fiaba del gobierno actual (eso, para mí, no era una sorpresa), sino que un repaso imparcial revelaba que los defectos de este presidente – a quien yo, como buen izquierdista, consideraba un monstruo – no eran muy diferentes de los de un presidente al que veneraba."
Anarco narcotizado
ResponderEliminarLas ideas que propugnan situar la acción en la arcadia féliz regresan. La reacción teme lo que se avecina: demasiada novedad para ellos y la ampliación del poder de los sujetos políticos individuales frente al estatus quo de la partitocracia. La consigna parece deslegitimar al enemigo, incluso antes de que aparezca.
Respecto al artículo de Manet, dudo que la diferenciación que hace entre izquierda y derecha sea acertada, eso de: "La derecha sigue mugiendo sobre la fe, la izquierda muge sobre el cambio" es muy banal, fe la tienen ambos, unos en el cambio para mejorar, otros en la continuidad de su estatus para mejorar. De ahí procede el nombre que se dio a los que sentaban a un lado y otro de las bancadas de la asamblea francesa.
Reconozcamos que sólo una ley decente y realmente aplicada puede evitar abusos de los más poderosos y eso es algo sabido desde antes de la biblia.
Actualmente, el legislativo está mediatizado por el ejecutivo pendiente del partido, de que no se desmorone para seguir viviendo lo que vive, de los cargos. En el poder hay más, pero tampoco escasean en la oposición. Cómo para hacer cambios.
Precisamos un legislativo audaz, cambiado cada año, con circunscripciones pequeñas de un millón de habitantes, donde el diputado del distrito tenga que dar respuestas y un ejecutivo elegido directamente para un periodo más largo.
Y desalojar a los jetas de justicia, jurados populares, simplificación del sistema que es la gran coartada para que determinadas élites mantengan bajo control el poder judicial.
Hay que recuperar a Bentham y dejarse de Smith.