De nuevo en esta capital, otra vez a consulta médica. Haciendo tiempo para esperar el tren, deambulé por el barrio de Atocha, lleno de rincones arrebatadores; yo, que soy capaz de estarme una hora con la boca abierta mirando la hechura de una farola, me lo pasé pipa simplemente observando y oyendo. Cada objeto, cada persona merecía un caudal de glosa literaria. Qué artístico y cochambroso es Madrid. Como decía el llorado Umbral, "de mierda y oro". Parece que hasta su basura se amontona con garrulería chulesca. Subía yo por Antón Martín y me encuentro a la viva antítesis de estos tiempos: una espectacular fachada decimonónica de la Escuela de Administración Nacional enfrente justo de una mediga de pelo gris arrebujada en una manta en la parte exterior de un portal, con un botellón de plástico de dos litros lleno de qué sé yo, intentando dormir. Sólo le asoma el flequillo gris por sobre la manta, que el frío no está para más apariciones. Unos pasos más arriba hay otro títere deshumanizado, una maniquí, en la mano el retrato a blanco y negro de Audrey Hepburn. Le hago una foto con mi recién estrenado móvil (un cucarachón mostrenco con conexiones y compatibilidades a casi todo lo habible y por haber, pero huérfano de aditamentos y periféricos costosos) acometido por la vaga pesadumbre de no habérselo hecho a la vieja. De ahí paso por la Costanilla de los Desamparados por donde se paseaba Félix Mejía con sus hermanos periodicadores; hay una tahona, bodegas, almacenes, la sede de la Asociación Benéfica de San Vicente de Paúl, tabernillas, peluquerías que son el colmo de la pijez, ancianas que barren, putas, camareros, jubiletas, cacos, orientales, actores haciendo cola en un casting, negros, dominicanos, ecuatorianos, artistas pop, negratas... y yo. Emilio, un artista pop, (eso de pop suena a burbuja Mirinda, a palomita de maíz y a Congratulations) me deja impresionado con sus paisajes urbanos madrileños, y le apalabro casi un cuadrito donde se ven los edificios de Madrid como si fuesen de materia de barro a causa de la luz del sol poniente. En otros cuadros nocturnos los neones se arrastran cual gusanos de luz. Le compro, no tengo más guita, un póster de su autoría en que se ve a Mazinger Z cargándose la Gran Vía del mancheguísimo Antonio López, a quien le acaban de hacer eterno en una calle de Bolaños junto al extraño Nieva. En otra tienda de Tirso de Molina, compro una rolliza Menina que utilizaré como pisapapeles. Los viejos toman café a un hermoso sol que anticipa la primavera; lo hacen con tal careto de gusto que, sinceramente, les envidio; me gustaría ser un viejo tan satisfecho como éstos, llegar a sus saludables años. Por los teatros de aquí hay algunos reestrenos: Llama un inspector, de J. B. Priestley, y El Caso de la mujer asesinadita de Miguel Mihura, que a mí me gustó mucho. La única novedad, Noviembre (2008) de Mamet, en el Bellas Artes; tiene lo que hay que tener como dramaturgo y parece que es la monda la sátira que hace de la política norteamericana; con esta pieza se ha declarado al fin republicano. Por la calle siguen deambulando las vacas de colores. Cerca de la Llama Eterna están las más inquietantes, una de ella cabalgada por una chica tan azul como Mística, pero con una tétrica calavera de toro encima de la cabeza y un paisaje poniente de petroleosa sombra en la panza de la vaca.
La menina velazqueña me mira desde encima del Diccionario Biográfico del Trienio Liberal. Cualquiera diría que me reprocha no estar corrigiendo exámenes, si no fuera porque esos pensamientos se los he puesto inequívocamente yo. Mis chicas han sacado algunas notazas; espero que lo que no dicen sea también positivo. Y me voy a corregir exámenes...
Daría algo por escudrinar el diccionario
ResponderEliminarCorregir exámenes es la pena que se impone por ponerlos. Ánimo.
Pero, si te llama el diccionario, y eres tan amable de buscar alguna entrada que puedas enviarme al correo. No sabes lo contento que me pondrías, apuesto que es extraña.