domingo, 19 de abril de 2009
Más cine, Señales del futuro, de Alex Proyas
He ido a ver, avisado por mi avisada hija, Ana Isabel, que me parece un clon mejorado de mí mismo, Señales del futuro, (Knowing, 2009) dirigida por Alex Proyas, el director de Yo robot, El cuervo o Dark City. El resultado es apabullante. El talento del director no se diluye entre tanto dinero como maneja -se han gastado mucho y se nota-, lo que suele ser el peligro habitual de las superproducciones de Hollywood, aunque uno echa algo de menos un guion menos conciso que desarrollara una idea excelente como esta, o una estructura más asimétrica. Si su propósito era inquietar, lo logra. Es una película triste, deprimente, porque lo que se va asomando poco a poco de la espesura y de las enigmáticas imágenes, aparte del sentido de la vida humana, es nada más y nada menos que el fin del mundo, científicamente -y eso es lo aterrador- no poco plausible, en el "infierno" desatado por una erupción solar, aunque la poética y terrible consideración de la existencia de esos tremendos ángeles es un elemento poco realista -pese a la iconografía poco amiga de fantaseamientos desmesurados- y, sobre todo el final cae no poco deslucido y, como dice el crítico de El País Jordi Costa, "huele a negociación entre los nubarrones anímicos del cineasta y los rostros lívidos de los ejecutivos del estudio". Así, por ejemplo, para favorecer a la gran masa de imbéciles conspiranoicos -palabrita estereotipo semántico-pragmático que ha forjado la sociedad de hoy- que nos flagela. Impactantes imágenes son las del bosque con los animales en llamas, las de las catástrofe aérea y la del metro, y la música tan bien escogida de Mahler, que sorprende al principio, al final le viene como anillo al dedo cuando te enteras ya de qué va la cosa.
La interpretación iconológica de algunas imágenes de la película es muy rica; por ejemplo, las posturas de espaldas de los ángeles, o la ventana circular a la que se asoma el niño. No me extenderé en ello: os dejo a vosotros la interpretación. Algunas insuficiencias: apenas se ha esbozado un discurso confrontativo de ciencia y religión y no se trata la descomposición social en el final.
Deprimente, pero no hay que perdérsela.
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