martes, 1 de septiembre de 2009

El presente, ese enemigo

Los jóvenes se envuelven en un fervor desmesurado por lo presente, por lo instantáneo; desde sus comunicaciones por chat, en las que cualquier referencia al pasado obsta y donde se dan palos de ciego en una sala obscura sin mueble en que tropezar; no hay referencias, ni siquiera culturales, por ejemplo ortográficas: el lenguaje se vuelve una estúpida criptografía de paleto.

Toda conversación es hueca, y cuanto más vacía es más actual, porque no tiene referente alguno, ni viene ni va, no hay pasado, no hay futuro, no hay proyección alguna; es la conversación adolescente. Demasiado jóvenes para tener un pasado a que agarrarse y que les dé seguridad, les queda un largo futuro por delante que los acongoja y acojona, por lo cual se hacen un ovillo en el presente, dan la espalda como un jano que mira hacia dentro y la situación se les ha vuelto tan agradable como hermética: se ha pasado de estar estremecidos por la angustia de ser adolescentes al confort de no ser adultos, y estar acunados e instalados por padres benevolentes en un ahora sin referentes, donde viven aislados incluso de sus propiso padres, de sus abuelos y de sus inexistentes hijos, que toman como fronteras, límites o antimodelos para no ser, con relaciones entre ellos que no son siquiera relaciones, sin compromiso, ausentes y artificiales, imitando a modelos tan vacíos como ellos que son sólo apariencia desorejada, dispersa, desordenada y estridente, una fantochada de estilo sin estilo, de cáscara sin yema, de huevo sofocado y muerto en el nido, abortado, sin nacer, ni prometer hacerlo. Una generación perdida que no levantará nada ni dejará testimonio alguno, sólo hileras de botellones y pintadas redonditas sin mensaje alguno que nadie lee, porque son sólo nominales, nombres, firmas, declaraciones de ego.

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