He visto Mi nombre es Harvey Milk, de Gus van Sant. Es un biopic bastante realista del primer homosexual declarado que ejerció cargo político en los EE. UU., en concreto concejal por el distrito de Castro (el más gay, LGBT o maricón, táchese lo que no proceda, del país) en San Francisco, asesinado por otro concejal junto con el alcalde. Es interesante, y pese a algunos efectos melodramáticos, por lo demás poco estridentes, la historia engancha, aunque los adictos a la acción echarán de menos su dosis; hay acción, pero es acción intelectual, lucha de ideas, y eso por algunos se confunde con un dolor de cabeza; van al cine no a pensar, sino a distraerse; pueden hacerse las dos cosas perfectamente. La interpretación del actor principal, a quien ya vimos en Pena de Muerte, es memorable, pero también es verdad que es un papel goloso y fácil. Algunas frases se quedan: "Quien pasa a ser parte de una máquina, ya no puede cambiar nada porque sirve a quien gobierna la máquina". Se recitan los argumentos en pro de los derechos humanos de los gays que los que nos hacemos los tolerantes conocemos, pero ningunea, desatiende o no escucha la gran mayoría de los ignorantes sexistas, xenófobos y racistas. No soy gay, lucho contra la mayoría de mis prejuicios y creo que he puesto coto a bastantes de ellos; uno, el que me ha sido más fácil, es este: los prejuicios contra los homosexuales; no he visto nada más estúpido en mi vida. La verdad no hace daño; el daño que puede hacer es el de una operación o el que se sufre cuando se cura una herida abierta. Es un daño que redunda en nuestra propia salud y nos hace no sólo más libres, sino más fuertes. Que le echen en cara a uno lo que decía Segismundo, "el delito de nacer", ya sea mujer, gay, negro o miguelturreño, lejos de ser existencial es una memez pura y simple.
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