Hay un yerbajo admirable que me facilita la concentración; no es precisamente el café, del que tanto he abusado, sino el té con limón. La cafeína posee cualidades envidiables, pero una no es precisamente aclarar la mente; puede servir para encender la mecha del entusiasmo, pero ese fuego se acaba enseguida. Hace falta algo que sea más duradero y sutil. El chocolate amargo con mucho cacao es demasiado explosivo, energético y calórico; su cacao puede colocar, pero para las tareas intelectivas está contraindicado; el té sí posee esa cualidad, la de facilitar la concentración, la lucidez, la frialdad, y además puedes dormir mejor con él que con la cafeína. También combate el cáncer, si se trata de té verde. Pero saber hacer un buen té es muy difícil; que se lo digan a los japoneses, con toda la ceremonia budista que le precede, o a los británicos, que lo toman para despabilarse a las cinco, en tetera, con bollos y con pastas; prepararlo es tan complejo como hacer una paella con el punto exacto de cocción del arroz o emparejar calcetines: no especialmente difícil, pero sí exige preparación, cuidado y maña para no transformarse en algo latoso. Primero hay que seleccionar la marca, que hay sus diferencias grandes y pequeñas; Lipton o Gunpowder no están mal, pero mejor que sea de hoja entera; hay que asegurarse de que está bien conservado, pues pierde el aroma enseguida si se pasa de la fecha; después la gran tarea, que es medir los tiempos de forma precisa para que se logre la temperatura adecuada y la disolución exacta. No digamos si se le impone leche; hay algunas por ahí de tetrabrik que son horrorosas (este se prepara con anís y canela); la proporción ha de ser justa y adecuada al gusto del consumidor, para no desnaturalizar el efecto; si el agua, que ha de ser purísima y tiene que haberse movido para que esté oxigenada (el sabor varía si es agua muerta; mejor agua mineral o de fuente) está demasiado caliente, te agosta el paladar cuando lo tomas, y ha de estar lo justo de frío para no mortificar, por lo que hay que reposarlo lo menos tres minutos y medio, dos si es té verde y no negro. Si no llegas el té está insípido, si te pasas amargo y fuerte. El momento exacto de echar el agua caliente es poco antes de que hierva, con unos noventa o noventa y cinco grados. Si la taza está ya caliente, mejor, así conservará mejor el calor y no perderá deprisa esos noventa grados; para eso conviene que sea de porcelana blanca muy limpia y no de cristal. La media rodaja de limón ha de ser fina como una cuchilla de Gillette y se ha de introducir antes que la bolsita, o la cucharada de té sobre el filtro, no después, porque el sabor y el aroma varían. Hay que levantar dos o tres veces la bolsita a los tres minutos exactos y agregar azúcar o miel. Así se logra ese milagro que es una taza de buen té caliente. Si queremos té frío en verano hay que usar el doble de cantidad porque pierde sabor y el hielo lo disuelve más. En esto consiste la liturgia previa a esta forma de comunión pagana.
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