jueves, 22 de octubre de 2009

Jueces y cosas

Cuando era joven y más bruto, era un profesor hueso y temible, que hacía leer a los alumnos seis libros gruesos cada curso y encima hacerme un trabajo de cada uno. Pero, lo que es curioso, me encontré con alumnos todavía más huesos y duros, excelentes trabajadores, que me hacían unos trabajos extensísimos e insuperables y que siempre me sacaban dieces. Dos de ellos eran un par de amigas, María del Prado García Bernalte y Raquel Nielfa. La primera terminó siendo jueza en Hospitalet de Llobregat y Tarrasa, y tenía un padre admirable, que fue una pena perder. La segunda era y es también una gran cabeza; ahora es profesora de inglés y ha viajado mucho por Irlanda y Escocia. Por ahí hay algunos trabajos suyos muy interesantes, bien escritos y dignos de leer. Uno se enorgullece de estas alumnas, pero todavía más de lo grandes personas que son, y se siente hasta un poco culpable de lo mucho que las hice estudiar... Aunque todavía tengo dudas si es que a ellas les parecía poco. Tales alumnas son difíciles de ver, aunque todavía hay alguna que otra.

Es curioso los conocidos o amigos que uno ha venido a echarse en la judicatura. Un juez que ahora atiende en la audiencia de Manzanares, Ángel Luis Meana Sánchez-Bermejo, con quien cambiaba yo opiniones de bibliófilo en los ya antañones tiempos, días de vino y hierbas, de tertulias en Guridi, es un ejemplo. Admiraba al poeta barcelonés Carlos Barral, y yo le localicé, algo que él no se podía creer, una primera edición, aquí en Ciudad Real, de Metropolitano, uno de sus libros más raros, que vi en el rastrillo bibliográfico de Betel. Era un catalnista convencido, que echaba de menos su época de residente en aquellas tierras, y sosteníamos repetidamente pugilatos dialécticos en que él defendía su catalanismo y yo mi iusnaturalismo de su derecho positivo. Se ufanaba, además, (lo juez no quita lo chorizo) de haber mangado no pocos libros de no voy a decir dónde, aunque en edad más tierna que la que ya debe lucir. Otro es un gran penalista, escritor y poeta, Carlos Cezón, un hombre integérrimo a quien le levantaron una injusta imputación en la Audiencia Nacional donde trabajaba con motivo de una sentencia como las que suelen dirimirse en esas salas, con bomba dentro; así son los pleitos que llegan a ese nivel, como él mismo me llegó a decir, aunque luego decía no acordarse de tal cosa. La justicia en España está muy politizada, es más, manipula frecuentemente a la prensa y de hecho bien se demostró, aunque posteriormente y a costa de muchos males que no tenía por qué sufrir, que Carlos Cezón era inocente de todas esas estúpidas imputaciones y un hombre honesto a carta cabal, como todos sus amigos sabíamos ya. Sus libros de poemas, como Tumba de Julio II y otros muchos, andan por ahí para que los leamos y disfrutemos, y también en la revista Ucronía que tuve el honor de dirigir y en la que publicaron él y Meana también, creo recordar.

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