jueves, 5 de noviembre de 2009

Calle del Lirio

Me han dado para corregir las pruebas de mi edición del Teatro completo de Félix Mejía. Han hecho un buen trabajo en la portada y en las notas, pero se ven erratones que ni un egatazo podría erradicar, sobre todo en puntuación, mayúsculas y cursivas. Además, he de lidiar con mis puñeteros arrepentimientos y osadías, que tendré que atenuar o arrancar; luego de hablar con Jesús en la Diputación sobre estas y otras cuestiones tipográficas, evoco la severa admonición de mi esposa y su madre, que siempre son de temer y no enfadar, ni gustan de ver greñas apostólicas o barbas proféticas, y me marcho para cortarme unas y otras, siempre con cierta temerosa precaución y cautelar reverencia, porque el aserradero donde me inmolo es una auténtica centralita de chismes. El barbero que me despacha rapa también las cabezas de los ancianos de la residencia, y los ancianos, fuera de llevar rigurosamente el escalafón del decanato de aspirantes a muerto y la contabilidad de la pensión, no tienen otra ocupación que recaudar chismes y trasmitirlos, y los sueltan mientras esperan. Es más, los vendedores ambulantes de lotería y todos los mendigos y personas que piden algo se pasan por mi barbería y dan las últimas noticias y necrológicas de que se enteran andurreando las calles. Figuraos si no estará enterado; es más, en semejante lugar se leen todos los periódicos y revistas del corazón y se escucha la radio y la televisión locales y no sólo eso, hacen tertulia todos los correveidiles del barrio, que sueltan su último boletín de infundios para corregir y aumentar una última edición de infamias con los demás expertos. Y, por si fuera poco, el hombre se dedica a la pesca y no se pierde concurso de la misma, con lo que se entera mientras echa la caña de ciento y la madre más de cosas, por no mencionar las peñas en que está involucrado, los clubes de fútbol y las cofradías.

Salgo pelado y escandalizado, pues ¿no me he enterado del incesto de un vejete con su propia hija y en la misma cama en que se tiraba al mismo tiempo a otra? ¿No he oído los chantajes diversos que se cruzan entre unos y otros? Nada, que me voy por la pintoresca calle del Lirio al Instituto, entre las golfas y lumis del Compás, rodeado de pintadas anarquistas y de chungos y cutres barecillos de vino malo. En el Compás dominico encuentro a todo un señor árbol, del que mi ignorancia me impide concluir si es abedul o chopo siberiano, lugar pintiparado para citas. Por la calle de la derecha, que es la decente, una antítesis: un gimnasio para musculitos y el restorán de tragadumbre y comida rápida Obélix; por el ala izquierda, la calle Sancho Panza (otro gordo, como Obélix), con sus night clubs (ya será menos) y su siempre lamentable putiferio, para satisfacer otras necesidades corporales urgentes y desestructurar familias. Los bancos también lo hacen, pero algunos se quejan sólo de lo primero. El compás es como la Plaza Mayor, pero a pequeña escala: también tiene sus soportales tristes y sus soportales alegres. En La Mancha no hay medias tintas, aunque sí tintos medianos.

En el Torreón también se están pelando los árboles, porque el Otoño ha entrado de golpe y porrazo; me ungen suavemente de amarillo sus ramas, que no operan con la matemática primaveral del me quiere no me quiere; los operarios del ayuntamiento han iniciado también una poda salvaje que ha dejado la opulenta calle de árboles de cerca de mi casa reducida a un bosquejo en pelotas o frío croquis de rayas y esquemas, entre las cuales se deslizan las bombillas de la futura Navidad como una serpiente de frutos sin hojas o unas lágrimas de pena.

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