Ustedes perdonen, pero no fumo. Mi padre, un adicto, me sorprendió una vez fumando, y me dijo: "Qué malo es fumar". Sin ira ni reproche. El había intentado desintoxicarse un puñado de veces y, al final, resignado, se limitó a fumar con boquilla de alquitrán. Fumaba ducados, menos mortíferos que los mecánicos, pero igualmente olorosos. Eso bastó para quitarme todo deseo de fumar. Sencillamente, no lo soporto: un solo cigarrillo me da dolor de cabeza para una semana; únicamente los mentolados me sentaban bien, pero también los dejé. Hay algo en mí que no va con el humo. Y eso que he intentado fumar hasta puros, y yo no he sido de los que fumaban solamente, sino de los que además mascaban tabaco, como los marineros que querían prevenir el mareo en tierra. Si queréis saber qué malo es el tabaco, mascadlo: su sabor es ácido y revuelve el estómago provocando el vómito. Yo aconsejaría a cualquier chaval que fuma que mascara tabaco: sguro que no volvería al hábito.
Dicho esto, soy partidario de ser clemente con los que fuman; pienso que lo mejor que se puede hacer con ellos, la solución verdaderamente final, sería enviarlos todos en tren a los hornos crematorios para convetirlos en ceniza y humo, que eso es lo que son, después de todo. Hasta les dejaría liar un último pitillo antes de reducirlos a estado elemental.
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