martes, 10 de noviembre de 2009

Leo Strauss y los monstruos mitológicos

Robles aparece deslumbrado en su blog, muy a su pesar, con este hermeneuta y filósofo neocon, auténtico papá de los políticos que tanto están dando la lata en la América, y tiene bastante sentido lo que dice. Para Strauss, cualquier cosa es mejor que el nihilismo pelado a que conduce el capitalismo, y el político se reduce a una especie de servidor, cuando no creador y alimentador, de una serie de mitos o sueños que impiden a la masa caer en ese nihilismo ciego que es el que en el fondo él profesa; la tarea del americano es, en busca de su sueño, rehuir ese nihilismo del todo vale aunque sea a tiro limpio, a costa de una represión y un adoctrinamiento institucionalizados.

En Europa, la intrahistoria es un poco diferente. Observo a la juventud más nihilista que sus mayores y a la gente dentro de la prisión de sus "esperanzas cortesanas" y del metal de sus "doradas rejas", que decía Alonso Fernández de Andrada:

Fabio, las esperanzas cortesanas / prisiones son do el ambicioso muere / y donde al más activo nacen canas (...) / Aquel entre los héroes es contado / que el premio mereció, no quien lo alcanza / por vanas consecuencias del estado. / Peculio propio es ya de la privanza / cuanto de Astrea fue, cuando regía / con su temida espada y su balanza./ El oro, la maldad, la tiranía / del inicuo precede y pasa al bueno, / ¿qué espera la virtud o en qué confía?


No espera nada. Pero muchos pasan la vida estudiando interminablemente el escalafón, como los funcionarios del cuento de Unamuno, o aspirando al decanato de los viejos que van a dar al sepulcro, y en eso se pasan la vida, intentando obtener medallas de la incompetencia y del asco general. Parodiando a La Celestina, cabría decir que el que es interino desea ser fijo, y el que es fijo mejor postura, y el que mejor postura más sueldo, y el que más sueldo más aprecio, y nadie desea contenerse en los límites de su propio yo, nadie desea ser él mismo
. Todo el mundo anda descentrado y hueco, descontento y deseando algo, nadie desea permanecer como está (salvo el que pretende huir del terror de estos tiempos, la Hipoteca, monstruo mitológico de mil cabezas que devora y consume la nómina). Se vende la primogenitura por un plato de lentejas, y por eso se es capaz de echar como un mal vómito la hidalguía, la entereza, la compostura y todas esas palabras viejas que se resumen en el anticuado y tan detestado honor o dignidad.

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