En seis años y medio de gobierno peronista en España ha habido una sola designación ministerial correcta, justa y adecuada: la de César Antonio Molina en Cultura. Como era de esperar, la fiesta duró poco. Después vino una delegada de las productoras cinematográficas a ocupar su sitio. El plan del ministro Molina parecía sencillo: colocar al frente de las grandes instituciones de la cultura a profesionales indiscutibles para que España no fuera el único país de Europa en el que, cuando cambia el gobierno, cambian los directores de los museos, lo que deja en evidencia que el criterio con que se los nombra no es el de idoneidad. (A veces, sólo a veces, coinciden las dos cosas: el compadreo y la capacidad).
Pues bien: en ese proceso, Molina escogió a Milagros del Corral para la Biblioteca Nacional. No podía tener mejor currículum –venía de ser subdirectora general adjunta de Cultura en la Unesco– ni mejor disposición. Con ella acababa un período nefasto, el de Rosa Regás.
Traslado al lector lo que de ella dice La Razón –tras equivocarse situando a Juaristi como director después de la Regás–: Del Corral tuvo tiempo de modernizar la Biblioteca y de incorporarla a Europeana, el proyecto de Biblioteca Digital Europea; hizo hacer el primer inventario general en veinte años, y estableció que esta tarea se llevara a cabo anualmente. En ese tiempo –desde setiembre de 2007 hasta hace tres días– fueron digitalizados 200.000 piezas del fondo, de todo tipo, se procedió a la limpieza y protección de 9.444 libros y se restauraron 1.062 documentos. A finales de 2008, tras un año de gestión, el número de usuarios de la Biblioteca aumentó en 13.124, con un total de 47.408 (casi un 25 por ciento).
Todo esto hasta que el señor que ocupa el Palacio de la Moncloa decidió que, puestos a ahorrar unas monedas, lo mejor que podía hacer era retacear en esa parte de la cultura; entonces redujo el rango de la Biblioteca Nacional, de Dirección Nacional a Subdirección. Y digo esa parte de la cultura porque lo otra, la de la zeja, ni siquiera se inmutó.
Se pronunciaron sobre el desastre tres ex directores de la institución: Luis Alberto de Cuenca, Jon Juaristi –dijo que es "típico de la mentalidad del Partido Socialista y su desprecio por la cultura del libro"– y Luis Racionero, los académicos Francisco Rodríguez Adrados y Soledad Puértolas, y hasta el poeta oficial del presidente, Antonio Gamoneda. También el filólogo Pablo Jauralde Pou, de la Autónoma de Madrid. Pere Vicens Rahola, presidente de la Fundación Amigos de la Biblioteca Nacional, cree que el gobierno debe reconsiderar el descenso de categoría de la BNE, ya que eso puede enfriar los ánimos de las empresas que iban a aportar recursos para la celebración del tricentenario de la Casa en 2011 (Telefónica iba a poner 10 millones de euros durante cinco años). Según Vicens, la medida "puede cercenar la incorporación de nuevos patronos de empresas de primer orden que ven el patrocinio de la BNE como un deber de responsabilidad social de sus corporaciones".
Ni Willy Toledo ni Pilar Bardem dijeron nada. Pensarán en el expolio de la Biblioteca Nacional de Cuba, perpetrado por el régimen. Felizmente, los que pagaron fortunas en dólares por los fondos cubanos los conservarán mejor que los funcionarios que hoy manejan lo que queda de la institución.
No ha entendido el presidente –ni yo esperaba que entendiera– lo que significa la BNE. Es una de las dos primeras instituciones culturales españolas, junto al Museo del Prado, y está entre las cuatro más ricas del mundo, con las de Washington, París y Londres.
Así como se enteró de la noticia de la degradación de la BNE, Milagros del Corral presentó su dimisión, como persona honesta y sin compromiso político. A saber ahora en qué manos cae. Otra Regás sería un golpe de muerte: no sólo se dedicó a tratar de quitar el monumento a Menéndez y Pelayo de la entrada del edificio, cuya historia ignoraba –y seguramente seguirá ignorando–, sino que durante su mandato fueron sustraídos fondos que más tarde fueron recuperados en el extranjero por el FBI. Pero puede suceder.
Un índice de la decadencia del PSOE bajo el peronismo zapateril es que el Estatuto de la Biblioteca Nacional como Organismo Autónomo se fijó durante el gobierno de Felipe González en 1991 (R.D. 1581/1991 de 31 de octubre). Naturalmente, a Aznar no se le ocurrió modificarlo. Después vino Amenábar a contar que la biblioteca de Alejandría la habíamos destruido nosotros, los malvados cristianos.
Decía Claudel que, en materia de libros, cuatro mudanzas equivalen a un incendio. La desatención de las bibliotecas, muy extendida en España –yo pretendí donar una parte de mis propios fondos a la Universidad de Barcelona y me dijeron que no había sitio–, tiene el mismo efecto que veinte mudanzas. Es una manera de quemar libros sin llamar la atención, una forma silenciosa del nazismo.
Convendría que el PP llevara en su programa, para cuando herede el poder, Duran y Lleida mediante, un línea sobre la restauración del decreto del 91 y otra sobre la devolución del cargo a Milagros del Corral
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