Hasta un pulpo sabe más de fútbol que un hispanito... No es comparación muy elogiosa para los pulpos, pero ellos sabrán perdonarme, que son gente con muchos brazos para estrechar amistades. En las macetas de mi casa anidan otros animales, las palomas; dos huevos en cada una, eclosionados ya y con los polluelos haciendo prácticas de vuelo hasta el tejadillo de enfrente, sobre la callejuela peatonal. Enseguida se despobló uno de los nidos y volvió a alquilarse a otra pareja; de nuevo a esperar 21 días, lo que dura la gestación plumífera, para poder abrir la persiana sin riesgo de molestarlos o de interrumpir los solícitos cuidados columbarios. ¿Esto es mi fachada o la sección de maternidad avícola? Lo digo porque dentro de mi salón hay ocho pájaros berreando también, y yo mismo tengo dos pichoncillas muy habladoras. Sin embargo, mis palomas son mejores vecinas que algunas que yo me sé: no molestan nada de nada: empollan y zurean y comen el pan de la abuela y condecoran al viandante y nada más. Abajo, en la callejuela, lugar propicio al amor, también me suelo encontrar una escultura de roscas a la altura del museo en la que el observador avisado podrá adivinar a dos adolescentes jovencitos ardorosamente entrelazados, ora al abrigo de la penumbra, ora al escaso portal de la fachada, ora con toda desfachatez. Yo hago como que no los veo y entro en casa, y a veces se sienten vistos o culpables, no sé, y adoptan la posición formal... Que sigan, que no estoy para pasar revista al fusil en alto por descargar y las tetas izadas y me da igual y hasta me parece bien. Pájaros por todas partes. La prensa en general da asco: no sé para qué releer el mismo teatrillo de guiñol de todos los días, siempre cristobalillos y estacazos y porrazos; los periodistas también son muñecos, pero marionetas del poder económico, nunca fue político; si Paul tuviera que escoger entre Sagasta y Cánovas se hundiría para siempre en la fosa de las Marianas. Un ejemplo es cómo desacredita la prensa, la radio, la televisión, siempre impíamente, a los sindicatos, cómo oscurece y ni menciona las movilizaciones más grandes que ha habido en años, cómo esconde en algún ignoto agujero a Zapa y saca del armario, dándole brillo y mistol y quitándole el polvo con el plumero, a Rubalcaba; sólo hay que ver cómo la masa ilota e idiota se pone a repetir las consignas de memo encefaloplano que le dan hasta el vómito o cómo babea en la teta televisiva con los futbolitos mientras se muere de calor y maltrata a sus mujeres, o cómo los adolescentes se sientan en los bordillos de las aceras mirando al infinito sin nada que hacer o pensar o leer... Sólo faltaría que ganásemos el Mundial de pelotas y gente en calzoncillos el año de la reforma amoral... Qué deporte, dar patadas. Muy significativo, por no decir freudiano. En los periódicos, siempre salen las mismas caras de Bélmez de la Moraleda, siempre repitiendo sus mismas psicofonías. ¿Existen los políticos? A mí me dan miedo. Por la plaza circulan mujeres provistas sin duda de hermosura, aunque la echan a perder profiriendo con voz chillona y cochina de puta desorejada las mayores ordinarieces, perdiendo por el pico lo que tenían de delicadeza, contorno y figura; uno espera de las mujeres eso, que sean mujeres, que tengan maneras pizpiretas y digan cosas femeninas con garbo, ingenio y desenvoltura, no la serie de tacos de billar y estupideces de marca mayor que corre también entre los camioneros y los hombres de las tabernas, ni que parezcan unos pilosos y envarados guardiaciviles de bragueta abierta y mugrienta y estropajosa boca, tatuadas hasta el culo (y algo más) o donde la espalda pierde su nombre (y es el cuello) y pinchadas por todo tipo de agujas de punto o no, pues en cuestión de colgantes a algunas se le podrían poner cortinas o nihabs, por no hablar de la manía de enseñar el ombligo, que no digo esté mal, aunque sea malo para el calentamiento global; pero nada, las oyes hablar y al momento baja el precio del pescado y estás deseando a alguien con menos perfil, más de una neurona y alma de mujer y no de Chiquito de la Calzada.
Con razón Vicente Huidobro escribió aquello de que "era tan hermosa que no necesitaba hablar"
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