O It happened One Night (1934), una película de Frank Capra que, como muchas de las suyas, parece venir de otro planeta donde la gente es mejor de lo que es. La fotografía de Joseph Walker es sencillamente impresionante: bastan las escenas del río, de la habitación de hotel y del pajar para caerse de espaldas. Y la dirección, genial, modernísima, como por ejemplo en ese memorable travelling lateral, cuando la guapísima Claudette Colbert va a ducharse a la barraca, en la escena del paso a nivel o en el romántico cruce del río con la chica en brazos; también la dirección de actores, cuya manufactura sólo puede adeudarse a un gran narrador como él, que llevaba ya 23 filmes a sus espaldas. Por no hablar del regio Clark Gable, que está tan eminente como la propia Claudette: los dos exudan química y no paran de intercambiar coñas. Sólo hay que ver la escena de las zanahorias o cómo falsamente improvisan la escena del matrimonio mal avenido: no hay nada más difícil para un actor que representar a alquien que representa. No en vano obtuvo los cinco óscars más importantes, primera vez que eso pasaba: actor, actriz, director, película, guion adaptado; en su tiempo fue un éxito tan grande que convirtió a la Columbia en una de las majors; era la primera vez que la veía, y ya la pongo entre las comedias perfectas al lado de Luna nueva de Hawks y Con faldas y a lo loco de Wilder. Es hilarante, romántica y de guion perfecto. El costumbrismo de época es inenarrable: esa manera de mojar donuts, de dormir en autobús, de cantar a coro la tradicional The man on the flying trapeze, "El joven del trapecio volante", como el título del famoso relato de William Saroyan, de hacer autostop, esos cuchitriles de motel y esos vagabundos de tren, esas mantas que caen bajo la trompeta de Jericó... Creó dos géneros a la vez: es la primera road movie y screwball comedy, itinerante entre Miami y Nueva York y compuesta por medio de contrastar caracteres; además la comedia no se había vuelto aún rígida con la famosa fórmula de guerra de sexos creada por Hawks; aquí las mujeres son femeninas y los hombres masculinos, y todos poseen la ética pura e inalienable de lo mejor del ser humano. Si alguien quiere reírse sin groserías ni sal gorda, aquí tiene el ejemplo clásico de inteligencia en una película que hay que ver. Como en la mayoría de los filmes de Capra, algo de lo mejor es su galería de personajes secundarios, tratados con tanto afecto y humanidad como los personajes principales. La película rebosa generosidad, vitalidad, descaro, ingenio, simpatía, elegancia, sensibilidad y erotismo fino (esa mano en el asiento, esos botones que le ata Gable a Colbert, ese apenas striptease que hizo bajar la venta de camisetas en los Estados Unidos); posee esa virtud sin la cual las demás son inútiles: el encanto. Y demuestra algo que ahora no se sabe hacer: deslumbrar con humildad, y se conserva tan fresca con sus ochenta añitos que hace parecer momias a las comedias de ahora.
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