viernes, 17 de diciembre de 2010

Comilona

El cutre restaurante Almanzor, donde siempre que he comido he tenido que buscar la vianda con microscopio, está dirigido por un negociante, como he podido comprobar al ver que continúa la cicatera tradición del dómine Cabra. El paraíso de las anoréxicas del doctor Beato; por las lonchas de queso podría pasar un rayo de sol; los pimientos del piquillo, escasos y rellenos de morcilla arrocera de la más barata. El nulo jamón, del tocinero y descastado sin bellota. El emperador, sin patatas cortesanas. Ni copa ni chupito ni papelito de menú, para ahorrar. El pan, basto, duro y ácimo, como comunión de donatista. Los langostinos, sosos y sin sal, sin mayonesa, recién descongelados. La mesa, sin aislamiento; el mantel, sucio, usado y basto. Sin centro de mesa, sin refrescos, sin cerveza. Algún plato, sustituido a última hora. Camareros ausentes por entre las cucharachas y un precio de suplicio de treinta eurazos. Menos mal que estuvo interesante la conversación con compañeros y el vino tinto salvó lo demás, aunque a mí las borracheras me duran poquísimo por la fisonomía que gasto. Y yo, que me conformaba con unas patatas fritas y unas aceitunas... pero, en fin, los pijos del Alarcos nos merecemos algo mejor.

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