jueves, 30 de diciembre de 2010
Vicente
Cuando iba para la nueva biblioteca, saludé a Vicente, nuestro culto emigrante suizo, de quien lo último que supe es que andaba enseñando francés por el Calvín de Almagro en compañía de Maximiliano Mariblanca, ese poeta ciego tan grande y tan inédito. Estaba en animada conversación con otro, así que seguí la marcha después de saludarnos y me quedé con las ganas de hablar con él. Ha adquirido una apariencia entre Papá Noel y Abraham Lincoln que impresiona, y más nevado como está de canas. Otro a quien he visto -en Navidades no sé qué pasa, pero cada mochuelo acude a su olivo y es fácil toparse por la calle- es a P. Y., que sigue viajando por todas partes y vive no lejos de mí, tras el fantasma del antiguo Teatro Cervantes, hoy ocupado por la Diputación, en la calle Elisa Cendrero. Me lo imagino en su último piso, sentado en su ordenadísima biblioteca, una ventana al fondo con un límpido paisaje de tejados, leyendo.
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