Me escribe un licenciado en ciencias políticas argentino para darme las gracias por mi blog sobre retórica, que le ha servido para adiestrarse en la elaboración de discursos deliberativos. El hombre quiere que le corrija los progymnasmata, aunque se imagina que no podré, y acierta, porque no tengo tiempo ni para eso tampoco, aunque se me hace duro decirle que no, y no sé qué hacer. Soy tan buenazo que hasta escribo a la gente en la cárcel para consolarlos; parte de mi tragedia es no llegar a creerme que lo soy; sería más feliz o, por mejor decir, menos desgraciado. No me extrañaría que haya hecho más por la educación con los dos o tres mil artículos que he escrito en la Wikipedia, con el portal sobre lengua que hice y sus materiales, con el de retórica y con las listas de correo que he administrado que lo que hayan hecho unos cuantos profesores de lengua en toda su carrera profesional. Si suena inmodesto es porque, posiblemente, son más que unos cuantos, y con esto no le estoy quitando el mérito a nadie, porque hay gente que ha hecho tanto como yo o más.
Mucha gente de todo el mundo, en especial de Hispanoamérica -en España eso de agradecer no está de moda- me ha felicitado y gratificado por la existencia y excelencia de ese blog, que monté con mi extraordinario amigo Marcos Taracido (Marcos es de lo que no hay); es una pena que eso no cuente en méritos académicos, pues por no hacer nada han valorado más a otros (y eso me daría igual si no cobrasen más, porque yo tengo también que pagar facturas). Con frecuencia uno se siente tentado a no hacer nada y asomar la jeta, que es lo que más renta y se premia en este país de gilipollas, egomaniacos, codiciosos y sansocarrascos. De hecho, es lo que voy a hacer ahora mismo, porque ya he hecho demasiado de lo otro.
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