martes, 4 de enero de 2011

Un misionero protestante alemán en Camuñas

Acabo de terminar la biografía de Federico Fliedner para la Wikipedia; era una injusticia la cometida con este gran hombre la de que no se le recordara en ella; fue el único que se atrevió a bajar a las barbas del Arzobispo de Toledo para hacer misión protestante a los manchegos; la Guerra Civil y el Franquismo casi acaban con toda su obra; por lo menos ahora será más difícil olvidar todo cuanto hizo por nuestro país.

De Aus meinen Leben, II por Federico Fliedner , Editorial Martin Warneck, 4ª Edición, Berlín 1903 páginas 134-141, traducido por Catalina Fliedner y Brown.
Camuñas es un pueblecito en la bien conocida región de la Mancha. Fue ésta el escenario de las hazañas del célebre Don Quijote, el caballero de la triste figura. No lejos de Camuñas están Argamasilla y la misteriosa cueva de Montesinos, bien conocidos de los lectores de Cervantes. Y como en aquel entonces Cervantes describió la vida y milagros de los manchegos, así sigue siendo hoy en día. A cada paso se tropieza con idénticos personajes, idénticas costumbres, como si desde entonces no hubieran pasado tres siglos por La Mancha. En Alcázar de San Juan nos esperaba Félix Moreno Astray, predicador de la congregación, bajito, pero muy activo, que había sido antiguamente cura romano en Galicia. Le acompañaban otros tres “hermanos” es decir miembros de la congregación. De uno de ellos eran el carro y la mula que habían de llevarnos a nuestro destino que distaba de allí unas cinco horas. La totalidad del mueblaje del coche improvisado se componía de un fusil grande y de un jergón; pues aunque ahora existe una tranquilidad completa en el país, gran parte de la población no puede ya separarse por costumbre de su carabina. El jergón se había traído naturalmente solo en honor del invitado y para su alivio, pues los demás se acurrucaban medio sentados en la delantera del carro. Nos pusimos en camino en la noche oscura, desde las dos de la mañana hasta las ocho pasando por carriles muy trillados, una prueba para la paciencia y para los huesos; pues aunque no se pudieran contar se les sentía y no había porqué quejarse pues todos pensaban, en su amabilidad, que yo estaba descansando en mí jergón como príncipe, así que hube de ocultar, que estaba molido. Lo que son los muelles para un carruaje, los manchegos lo desconocen hasta ahora y lo que son caminos buenos, igualmente. Las ruedas se hundían una vez en un lado otra vez en otro, yo sin quererlo, saltaba de mi jergón, para volver a caer con mas dureza y mis amigos, en le carro, brincaban y se inclinaban hacia delante, hacia atrás, aunque, sin duda estaban más acostumbrados a mantener el equilibrio, que el novato que yacía en el jergón. A quien más le gustaba, al parecer, el camino era a la mula pues era imposible pensar en un rápido progreso, dada la índole del camino.
Como era noche cerrada, no había más remedio que aguantar esa tortura, pero al amanecer, salté del vehículo y acompañe, con mis amigos, a pié, el carro, por la campiña seca y polvorienta, Es de saberse que La Mancha es la región más seca de España, donde no sobra el agua, además llueve poco y nunca durante mucho tiempo seguido. Ya nos tropezábamos con los labriegos con sus bueyes fuertes y pesados, que querían aprovechar la mañana temprana para labrar sus campos, cosa imposible más tarde, con el ardor del sol. Saludaban alegres con la cortesía innata aún del más humilde español. La conversación con los compañeros de viaje resultaba viva, a menudo festiva, por la gracia natural y los refranes enjundiosos de que dispone el pueblo. Sin embargo, pronto se cansaron de andar y como no quería que estos amigos, que habían venido a mi encuentro durante la noche, notaron lo desagradable que era para mí, viajar en carro, volví a subir a él. Pasamos la aldea de Villafranca de los Caballeros; cuesta arriba se iba mejor, pero cuesta abajo se recobraban con creces los golpes que habíamos eludido al subir, así que de seguro el escudero leal Sancho Panza en todas sus hazañas no estuvo tan molido como yo cuando, por último, el carro se detuvo en Camuñas y la esposa bajita de Astray me tendió la mano de bienvenida.
Pronto se olvidaron todas las peripecias del viaje, pues mientras tomábamos el desayuno nacional corriente, el chocolate, acudieron uno tras otro los miembros de la congregación tendiéndome la mano para saludarme, pudiéndosele ver en la cara cuan sinceramente se alegraban de divisita. Cada cual contaba algo de la historia de la congregación. Uno año antes, aproximadamente (este relato se escribió en 1871) unos habitantes del pueblo al ir a Madrid, habían entrado en una iglesia evangélica. Lo que allí oyeron de la nueva doctrina o mejor dicho del Evangelio eterno, les agradó. Provistos de Nuevos Testamentos volvieron a casa y al poco tiempo se les unieron tantos amigos que pidieron urgentemente un pastor. Entonces fue allá Astral, quién educado en un seminario de curas en Galicia, ya pertenecía desde hacía bastante tiempo a la iglesia evangélica de Madrid, donde había seguido recibiendo instrucción. Desde entonces celebran regularmente los domingos y una vez a la semana un culto; al mismo tiempo Astray y su señora han empezado con un colegio de niños y niñas, al que acudieron tantos que ni les alcanzaban sus pocas fuerzas mi había lugar suficiente en la casa. El movimiento en el pueblo fue tal, que el capellán romano se vio sin trabajo y puso pies en polvorosa. De aprovecharse bien esta ocasión acaso hubiera sido posible ganar la iglesia para los que se consideraban pertenecer a la congregación evangélica, que eran, por mucho, la mayoría de los habitantes. Sin embargo, lo impidió el arzobispo de Toledo, obligando a otro sacerdote a que se hiciera cargo de ese puesto. Así que los evangélicos solo pudieron reunirse para sus cultos en la sala de uno de los más importantes miembros de la congregación. Su mayor deseo era tener iglesia propia y casi todos los que me estaban hablando terminaban pidiendo ayuda para la construcción de una iglesia.
El día pasó rápidamente con visitas y conversaciones individuales con las personas que se granjeaban casi todas las simpatías por su modo de ser tan sencillo y natural y por su afán sincero y su franqueza. Al anochecer era jueves se celebró un culto como de costumbre Al cantar revelaban muy buena voluntad y muy poca práctica. El sermón de Astray sobre Juan 3,16 fue muy sencillo, e interesante exponiendo claramente el camino de salvación. Añadí unas palabras basadas en Juan 6,67 y siguientes y en conversaciones posteriores me convencí de que los oyentes no habían solo comprendido al forastero a pesar de su acento deficiente, sino que no pocos de ellos ya hacía tiempo, habían llegado a amar las palabras de la vida eterna. Después del culto permanecieron reunidos muchos de ellos y el padre de familia me empujó al piano, que por ser el único en Camuñas, gozaba de no poca fama. Con cuanta atención escuchaban todos, recogidos, los acordes magníficos de nuestros himnos sencillos y al ver que a la música se unía el texto en español, no se cansaban de pedir más y más himnos nuevos, así que sin darnos cuenta llegó la media noche advirtiéndonos que habíamos de separarnos.
Al día siguiente fui con unos cuantos a la plaza en el centro del pueblo para ver donde se pensaba construir la iglesia nueva. Se podrá construir con pocos gastos, relativamente, pues podrá edificarse como casi todas las casas allí con adobes pues como el tiempo suele ser muy seco los muros resisten bien.

Asintieron de buena voluntad, cuando se les advirtió que ellos mismos deberían empezar a recaudar fondos (muchos ya habían prometido su trabajo para la construcción) también demostraron que su asentimiento no era una promesa vana, pues poco tiempo después organizaron entre sí una colecta, que casi alcanzó los 300 duros, una suma que ha de apreciarse tanto más, cuánto que los últimos 3 años los habitantes de la Mancha padecieron malas cosechas.-Con el mismo carro de Daniel, en el cual volví a deslizarme, con oculto temor, casi como Daniel en la cueva de los leones, acompañado igualmente del predicador y de tres hermanos, emprendí el viaje por la tarde a otra estación, no siendo el camino mucho mejor que anteriormente. Sin embargo, a pesar de la fatiga del carro puede asegurar con alegría a mi gente al despedirme que volvería, pues la congregación pequeña que había llegado a conocer en Camuñas, bien vale la pena de pasar algunos inconvenientes en el viaje.-

Sigue D. Jorge:
Mi padre estuvo más de una vez en aquella aldea. Cuando, anteriormente los amigos de otros países, que habían sido los primeros y principales en ayudar, se retiraron, quedaron los alemanes para prestar ayuda, de forma que, excepto de los fondos que allí se recaudan, es ahora la misión alemana la que sostiene toda la obra. En 1874 se compró una casa, no la que se había elegido en el principio sino una mejor, en la que están reunidas la escuela la iglesia y la vivienda. En abril de 1874 escribe mi padre: “Ahora sabemos por qué Dios nos hizo esperar. La buena voluntad con la que han contribuido los miembros de la congregación ha de apreciarse tanto más, cuánto que los miembros de la congregación son ahora víctimas de una plaga de langostas. Cuán terrible es esta plaga, se comprenderá, al oír que en una sola aldea han enterrado más de 750 quintales de estos insectos y aún siguen destruyendo del mismo modo a diario 350 quintales y más, incluso el tren se ve impedido por las langostas pegadas a los raíles y precisa 2 máquinas para poder avanzar. Los habitantes de Camuñas dependen de los ingresos de sus campos, la mayoría son jornaleros que se dispersan en verano en varias direcciones para la siega y no vuelven hasta el otoño. Por su pobreza dependen muchísimo del único rico en el pueblo, y como éste empieza ahora a oponerse al evangelio que antiguamente favorecía, también se nota su influencia en la congregación. Pero eso ya pasará, esperamos. El cura romano se ha marchado del pueblo, solo todos los domingos viene otro de un pueblo cercano a celebrar misa. Las escuelas no han perdido nada. La asistencia es tan grande, que Astray y su señora pasan lo suyo para seguir adelante. Se planta con facilidad la siega, pero es Dios quien ha de dar el crecimiento”. En abril de 1880 escribe D. Federico; “Nuestro amado y fiel colaborador, el pastor Félix Moreno Astray descansó en la paz del Señor en Camuñas el lunes 19 de Abril.
Es verdad que estuvo padeciendo algunas semanas antes, pero esperábamos que Dios nos le conservaría a nosotros y a la pequeña congregación atribulada por mucho tiempo, pero él estaba preparado para su fin. Poco antes llamó a su señora y a su jito Ángel, de nueve años, a su cama, los bendijo e igualmente a los miembro de la congregación que le rodeaban. Luego se durmió en paz y su rostro, aún en la muerte conservó la expresión apacible de transfiguración celestial. El entierro se verificó en silencio y con orden; incluso sus enemigos se mostraron ahora amables. Tras una lucha ruda y duro sufrimiento dejó de padecer y nos alegramos juntamente con el buen siervo y fiel que entró en el gozo de su Señor. Una lápida sencilla en la que se ven grabados en relieve una Biblia con la cruz y la calma cubre su sepultura. Al pie, recodando las muchas persecuciones a que se vio sometido y su larga y penosa enfermedad, se leen las palabras: Tengo por cierto que lo que en este tiempo se padece no es de comparar con la gloria venidera que en nosotros ha de ser manifestada. (Rom. 8.18).
En 1882 ocupó su puesto D. José Marcial. Entre tanto D. Federico había seguido visitando la congregación desde Madrid dos veces al mes, para fortalecerla, bien necesitaba este aliento, pues acaso ninguna otra en España ha sido atacada tan a menudo y con tanta saña como ésta, y ningún otro pastor ha tenido que padecer tanto como el pequeño y valiente Astray. No voy a hablar ahora de ello, en un capitulo posterior que trata de la tolerancia religiosa en España se mencionan dos incidentes que tratan de una parte de los padecimientos de esta congregación. Ahora está allí D. Manuel Rodríguez como maestro, asturiano, del que se hablará más adelante y que trabaja allí fielmente con bendición.”

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